Matteo tenía 18 años recién cumplidos. Era el verano de 1985, y con sus compañeros del bachillerato estaba celebrando haber terminado el Liceo Scientifico.
Entre chanclas, mochilas Invicta, hormonas y maletas Samsonite, escuchaban en el radiocasete del coche “When Doves Cry” de Prince & The Revolution, de ruta hacia un merecido verano de descanso y diversión digno de la novela “Call Me By Your Name”; de André Aciman.
Durante la universidad, para poder comprarme todo lo que, según mis padres, era totalmente innecesario, empecé a trabajar los fines de semana en la guardarropía de una conocida discoteca de Brescia, mi ciudad natal.
Todavía recuerdo lo obsesivos que éramos los chicos hablando de coches y motores.
Con 19 años y un carnet de conducir recién estrenado, teníamos ganas de comernos el mundo sobre ruedas.
Cada semana esperaba que mi padre volviera a casa con sus revistas de coches preferidas para poder descubrir las últimas novedades y soñar con poder comprarme, aunque fuese de segunda mano, uno de estos inalcanzables bólidos a motor. (más…)
En octubre de 1997, el director de cine y guionista de origen rumano, Radu Mihaileanu, comenzó el rodaje de su obra maestra, la película “Train de vie”.
La trama mezcla elementos de comedia y drama y cuenta la historia de un pueblo judío que, durante la Segunda Guerra Mundial, convence a los nazis de que son un
equipo olímpico y necesitan un tren especial para llegar a su destino.
En nuestro afán por sobrevivir de la mejor manera posible, a menudo nos encontramos persiguiendo deseos y anhelos que creemos nos llevarán a la plenitud.
Por Luca Lancini.
Pero, ¿acaso no estamos confundiendo constantemente las necesidades con la forma de satisfacerlas?
Es crucial comprender que, aunque las necesidades humanas pueden considerarse universales, está ampliamente demostrado que la forma de satisfacerlas es puramente cultural.
Entre los grandes referentes en el estudio de las necesidades humanas se encuentran Abraham Maslow, famoso por su pirámide de las necesidades, y Manfred Max Neef, conocido por su teoría de las necesidades universales y los satisfactores. (más…)
Desde 1992, año de la primera Cumbre de la Tierra, hasta nuestros días se ha solido interpretar la sostenibilidad como una meta necesaria para que podamos seguir viviendo como vivimos, pero impactando menos en el ambiente por medio del progreso tecnológico.
Hace pocos años, el biólogo y escritor Daniel Wahl, consciente de la limitación de esta perspectiva, propuso el concepto de culturas regenerativas, planteando un cambio de enfoque para que nuestro modelo socioeconómico no simplemente deje de dañar, sino que corrija, proteja y mejore la calidad ambiental y social.
Con independencia del enfoque sugerido, si después de tantos años los problemas ambientales, económicos y sociales están cada día más presentes en nuestra vida, queda evidente que todos los esfuerzos no han conseguido los resultados esperados y que la insostenibilidad de nuestra forma de vivir refleja la insostenibilidad de nuestra relación con la realidad.
El impacto ambiental del hedonismo
Aunque suene reduccionista, si empezáramos a preguntarnos cuál es el propósito básico que sustenta todo objetivo, llegaríamos a la conclusión que es alejarnos del dolor y acercarnos al placer; dicho de otra forma, cambiar un estado actual que nos genera una cierta incomodad en una situación distinta, que suponemos nos hará sentir mejor.
Muchos podríamos compartir la opinión de que el meta objetivo de todo ser vivo es sobrevivir de la mejor manera y de que el ser humano, probablemente más que otras especies, ha transformado el hedonismo, en una de sus principales brújulas existenciales.
En efecto, la casi totalidad de nuestros comportamientos se basa en la creencia, compartida por la mayoría, de que para lograr sentir lo que deseo necesito modificar algo de mi entorno; que esto signifique cambiar de corte de pelo, comprar un par de zapatos, disfrutar de lo que estamos ahorrando en las rebajas o, irnos de vacaciones, poco importa.
Aunque estas acciones parezcan distintas, esencialmente se basan en la misma estrategia: cambiar o lograr conseguir algo exterior si quiero sentir algo dentro.
Sin darnos cuentas nos hemos transformado en víctimas de una estrategia que además de ser poco eficiente, crea encima un impacto, a menudo negativo, en todo lo que nos rodea.
Sustainable Thinking
Desde los años 50, la psicología cognitivo-conductual ha demostrado que lo que sentimos en realidad no depende de una forma unívoca de lo que estamos percibiendo sino de la interpretación que le estamos dando; por esta razón, una misma situación, no genera la misma reacción en todas las personas.
Entre el estímulo que percibo y la respuesta que me genera, estoy yo que interpreto, evalúo y le doy un significado a todo lo que percibo, y así poder reaccionar de una forma coherente con mi modelo del mundo.
¿Si la sostenibilidad es la máxima expresión del sentido común, no sería mucho más inteligente invertir nuestros esfuerzos para aprender a interpretar, evaluar y significar la realidad de una forma distinta y liberarnos de tener que cambiar, todo el tiempo, lo que nos rodea?
¿Si mucho de lo que sentimos en realidad depende de nosotros mismos y no de lo que sucede, no sería más eficiente trabajar en nosotros mismos?.
Con todo esto no estoy proponiendo aceptar estoicamente lo que sucede, sino aprender a ser más conscientes de cuándo el esfuerzo merece la pena, de que los deseos y las necesidades no son lo mismo y de que el camino más eficiente hacia nuestro bienestar no es cambiar el exterior, sino implementar mejores estrategias mentales y aprender a ser un Sustainable Thinker.
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Una red global de granjas urbanas cercanas a las comunidades y amigables con el medio ambiente. Infarm cultiva una amplia gama de productos de primera calidad durante todo el año. Verduras que consumimos a diario, sin viajar miles de kilómetros, reduciendo así el impacto de la huella de carbono. Un futuro brillante para nuestras plantas y nuestro planeta.
Por ARANTZA DE CASTRO Fotografía INFARM
Apasionados por ser autosuficientes y comer mejor, Osnat Michaeli y los hermanos Erez y Guy Galonska crearon Infarm en Berlín en 2013. Comenzaron cultivando sus propios alimentos, disfrutando de todo el sabor y los nutrientes, sin pesticidas químicos ni kilómetros de transporte.
Con el objetivo de compartir las bondades de los productos de cosecha propia con todo el mundo, desarrollaron un sistema de agricultura modular inteligente que permite la distribución de granjas verticales en todo el entorno urbano, cultivando productos frescos en prácticamente cualquier espacio disponible y satisfaciendo prácticamente cualquier demanda del mercado.
Plantas sin sorpresas desagradables, como molestos pesticidas, frescos y vivos (incluyendo sus raíces), que se cultivan bajo demanda. La pasión por el cultivo de sus propios alimentos, de la manera más sostenible posible, y la misión de reivindicar la forma en que lo logran son sus leitmotivs. ‘Nos vemos como un catalizador que empuja los límites de la agricultura para resolver el problema de alimentar a la población mundial’, señalan desde la compañía.
Hoy, con investigación y desarrollo de vanguardia, tecnologías patentadas y un equipo multidisciplinario líder, Infarm está desarrollando una red agrícola mundial que ayuda a las ciudades a ser autosuficientes en su producción de alimentos, al tiempo que mejora significativamente la seguridad, la calidad y la huella ambiental de sus alimentos.