Durante los años en que estudiaba arquitectura, vivía en Milán y cada fin de semana, especialmente en los primeros años, regresaba a Brescia, mi ciudad natal, para estar con mis padres y salir con mis amigos.
Solía volver en coche, a primeras horas de la tarde, justo después de salir del gimnasio, para evitar las típicas colas de los viajeros habituales y poder disfrutar aún de parte de la tarde, dando una vuelta por el centro antes de la sagrada primera pizza del fin de semana.
El viaje de Milán a Brescia, de casa a casa, duraba aproximadamente una hora y media, si todo transcurría según lo previsto.
En aquella época, como no se utilizaban navegadores, casi sin darme cuenta, siempre solía elegir el mismo camino.
Viviendo en el centro de la ciudad y teniendo que volver al centro de otra, más de la mitad del recorrido lo hacía por calles urbanas, llenas de tiendas, motos, semáforos y transeúntes.
Las primeras semanas, toda mi atención se centraba en la carretera y en todo lo que ocurría a mi alrededor.
No quería perderme ni dejar de observar nada de lo que sucedía en el trayecto.
Pasados unos meses, mi único objetivo acabó siendo llegar a destino y, la mayoría de las veces, todavía recuerdo la sensación de llegar sin tener recuerdo alguno de haber conducido, ni de haber pasado por ninguna calle ni autopista.
Durante el viaje, mi atención estaba tan atraída y entretenida planificando mi fin de semana, que el presente de las dos horas en coche se desdibujaba completamente.
La simulación de un futuro disfrute deseado sustituía una realidad que, a priori, no me parecía lo suficientemente valiosa e interesante.
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SELF CONTROL
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Este fenómeno es conocido como “pilotaje automático”. En términos psicológicos, se relaciona con el concepto de “atención automática”.
Sucede básicamente cuando una persona normaliza tanto una actividad conocida que su cerebro puede funcionar en un modo que disminuye su atención consciente.
Toda moneda tiene dos caras, y esta capacidad que tenemos de automatizar los procesos mientras nos entretenemos en otras labores mentales conlleva el gran peligro de borrar todo el devenir y ser conscientes solo de sus extremos.
Cuando hablamos de volvernos más conscientes en Sustainable Thinking, nos referimos precisamente a la capacidad de saber cómo abstraernos y simular futuros deseados, pero también a la importancia de dejar de identificarnos con nuestras abstracciones para recordar que podemos experimentar la vida solo en el instante presente.
Como nos recordaba Claudio Baglioni, el famoso cantautor italiano, con el título de su canción “La vita è adesso”, la vida es ahora. Metafóricamente hablando, la vida es todo lo que sucede desde que entramos en el coche hasta que salimos de él. Si no queremos darnos cuenta de esto, cuando hayamos llegado a destino y sea probablemente demasiado tarde, pienso que sería mejor, de vez en cuando, dejar de conducir obsesionados por llegar, mirar bien a nuestro alrededor, poner el intermitente, aparcar y darnos cuenta de que la vida no se deja esperar porque es lo que está sucediendo, independientemente de nuestras expectativas.
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“No hagas esto porque me haces enfadar”, me repetía mi madre como un mantra cada vez que entraba en mi habitación y encontraba un calcetín en el suelo o cualquier otra cosa fuera de lugar, la cual, según ella, debía siempre estar bien resguardado.
No muy diferente en su esencia parece haber sido Laura Branigan, quien, al comienzo del atardecer, confesaba en las letras de la canción “Self Control” perder completamente el control de sí misma, como si fuera una vampira. Parece ser que el atardecer la afectaba tanto que deseaba que el sol nunca volviera.
Hace años, cuando comenzaban a surgir en Europa los primeros trenes de alta velocidad, recuerdo haber leído un artículo que narraba, a modo de anécdota, la desafortunada inauguración de uno de ellos.
Finalmente, el gran día había llegado. Tras años de trabajo, investigación y una inversión millonaria, la compañía había organizado un evento majestuoso.
Políticos, líderes de opinión y periodistas iban a disfrutar de la comodidad y rapidez de este nuevo medio de transporte, después de disfrutar de una presentación detallada de sus ventajas técnicas, energéticas, comerciales y medioambientales. (más…)
Matteo tenía 18 años recién cumplidos. Era el verano de 1985, y con sus compañeros del bachillerato estaba celebrando haber terminado el Liceo Scientifico.
Entre chanclas, mochilas Invicta, hormonas y maletas Samsonite, escuchaban en el radiocasete del coche “When Doves Cry” de Prince & The Revolution, de ruta hacia un merecido verano de descanso y diversión digno de la novela “Call Me By Your Name”; de André Aciman.
Durante la universidad, para poder comprarme todo lo que, según mis padres, era totalmente innecesario, empecé a trabajar los fines de semana en la guardarropía de una conocida discoteca de Brescia, mi ciudad natal.
Todavía recuerdo lo obsesivos que éramos los chicos hablando de coches y motores.
Con 19 años y un carnet de conducir recién estrenado, teníamos ganas de comernos el mundo sobre ruedas.
Cada semana esperaba que mi padre volviera a casa con sus revistas de coches preferidas para poder descubrir las últimas novedades y soñar con poder comprarme, aunque fuese de segunda mano, uno de estos inalcanzables bólidos a motor. (más…)
En octubre de 1997, el director de cine y guionista de origen rumano, Radu Mihaileanu, comenzó el rodaje de su obra maestra, la película “Train de vie”.
La trama mezcla elementos de comedia y drama y cuenta la historia de un pueblo judío que, durante la Segunda Guerra Mundial, convence a los nazis de que son un
equipo olímpico y necesitan un tren especial para llegar a su destino.
En nuestro afán por sobrevivir de la mejor manera posible, a menudo nos encontramos persiguiendo deseos y anhelos que creemos nos llevarán a la plenitud.
Por Luca Lancini.
Pero, ¿acaso no estamos confundiendo constantemente las necesidades con la forma de satisfacerlas?
Es crucial comprender que, aunque las necesidades humanas pueden considerarse universales, está ampliamente demostrado que la forma de satisfacerlas es puramente cultural.
Entre los grandes referentes en el estudio de las necesidades humanas se encuentran Abraham Maslow, famoso por su pirámide de las necesidades, y Manfred Max Neef, conocido por su teoría de las necesidades universales y los satisfactores. (más…)
Desde 1992, año de la primera Cumbre de la Tierra, hasta nuestros días se ha solido interpretar la sostenibilidad como una meta necesaria para que podamos seguir viviendo como vivimos, pero impactando menos en el ambiente por medio del progreso tecnológico.
Hace pocos años, el biólogo y escritor Daniel Wahl, consciente de la limitación de esta perspectiva, propuso el concepto de culturas regenerativas, planteando un cambio de enfoque para que nuestro modelo socioeconómico no simplemente deje de dañar, sino que corrija, proteja y mejore la calidad ambiental y social.
Con independencia del enfoque sugerido, si después de tantos años los problemas ambientales, económicos y sociales están cada día más presentes en nuestra vida, queda evidente que todos los esfuerzos no han conseguido los resultados esperados y que la insostenibilidad de nuestra forma de vivir refleja la insostenibilidad de nuestra relación con la realidad.
El impacto ambiental del hedonismo
Aunque suene reduccionista, si empezáramos a preguntarnos cuál es el propósito básico que sustenta todo objetivo, llegaríamos a la conclusión que es alejarnos del dolor y acercarnos al placer; dicho de otra forma, cambiar un estado actual que nos genera una cierta incomodad en una situación distinta, que suponemos nos hará sentir mejor.
Muchos podríamos compartir la opinión de que el meta objetivo de todo ser vivo es sobrevivir de la mejor manera y de que el ser humano, probablemente más que otras especies, ha transformado el hedonismo, en una de sus principales brújulas existenciales.
En efecto, la casi totalidad de nuestros comportamientos se basa en la creencia, compartida por la mayoría, de que para lograr sentir lo que deseo necesito modificar algo de mi entorno; que esto signifique cambiar de corte de pelo, comprar un par de zapatos, disfrutar de lo que estamos ahorrando en las rebajas o, irnos de vacaciones, poco importa.
Aunque estas acciones parezcan distintas, esencialmente se basan en la misma estrategia: cambiar o lograr conseguir algo exterior si quiero sentir algo dentro.
Sin darnos cuentas nos hemos transformado en víctimas de una estrategia que además de ser poco eficiente, crea encima un impacto, a menudo negativo, en todo lo que nos rodea.
Sustainable Thinking
Desde los años 50, la psicología cognitivo-conductual ha demostrado que lo que sentimos en realidad no depende de una forma unívoca de lo que estamos percibiendo sino de la interpretación que le estamos dando; por esta razón, una misma situación, no genera la misma reacción en todas las personas.
Entre el estímulo que percibo y la respuesta que me genera, estoy yo que interpreto, evalúo y le doy un significado a todo lo que percibo, y así poder reaccionar de una forma coherente con mi modelo del mundo.
¿Si la sostenibilidad es la máxima expresión del sentido común, no sería mucho más inteligente invertir nuestros esfuerzos para aprender a interpretar, evaluar y significar la realidad de una forma distinta y liberarnos de tener que cambiar, todo el tiempo, lo que nos rodea?
¿Si mucho de lo que sentimos en realidad depende de nosotros mismos y no de lo que sucede, no sería más eficiente trabajar en nosotros mismos?.
Con todo esto no estoy proponiendo aceptar estoicamente lo que sucede, sino aprender a ser más conscientes de cuándo el esfuerzo merece la pena, de que los deseos y las necesidades no son lo mismo y de que el camino más eficiente hacia nuestro bienestar no es cambiar el exterior, sino implementar mejores estrategias mentales y aprender a ser un Sustainable Thinker.
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