Además de muerte y devastación, las crisis sanitarias dejan huellas culturales. Muchas de las miles de pandemias que han ocurrido a lo largo de la historia humana derrumbaron imperios y barrieron sistemas económicos, pero también trajeron grandes avances científicos y tecnológicos, e instalaron hábitos y prácticas cuyos orígenes hemos olvidado. Por FEDERICO KUKSO / SINC
La pandemia de la Covid-19 no es la primera del siglo XXI y, seguramente, no será la última. De hecho, se trata de la segunda. En 2009, la pandemia de influenza H1N1, o gripe porcina, dejó a su paso 284 000 muertes. La respuesta a aquella crisis sanitaria, por muchos ya olvidada, fue bastante distinta a la actual. Tras la gripe aviar y el ébola, ‘la mayor parte de los países europeos ya habían almacenado mascarillas. Y tenían listos planes de emergencia para re- cibir pacientes en hospitales’, según señalaba Sylvie Briand, Directora del Departamento de Enfermedades Epidémicas y Pandémicas de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La manera en que los gobiernos manejaron la crisis sanitaria de 2009, sin embargo, tuvo efectos negativos a largo plazo. Al no colapsar sus economías, muchos países pensaron que las pandemias en el siglo XXI no eran tan terribles como las del pasado y no actualizaron sus planes ni reabastecieron su reserva de mascarillas. Entonces, en febrero de 2020, golpeó el coronavirus y tomó al mundo por sorpresa.
Para bien o para mal, las pandemias dejan cicatrices, legados duraderos. Lo recuerda el historiador Frank Snowden en su libro Epi- demics and Society: From the Black Death to the Present: ‘Son tan importantes para comprender el desarrollo social como las crisis económicas, las guerras, las revoluciones y los cambios demográficos’.
ALTERACIONES PROFUNDAS DE LA SOCIEDAD
Las transformaciones no han sido solo políticas o económicas. Además de instalar silenciosamente nuevos hábitos y prácticas, los vi- rus y las miles de epidemias que han ocurrido a lo largo de la historia humana han impulsado innovaciones científicas y médicas cuyos orígenes hemos olvidado.
Las primeras formas de salud pública institucionalizadas, es decir, las cuarentenas, se implementaron como respuestas a la peste negra. Durante uno de estos brotes, en el siglo XV, los venecianos erigieron lazarettos, o salas de aislamiento, en las islas periféricas, donde obligaron a los barcos que llegaban a atracar.
MEJORA DEL CONOCIMIENTO MÉDICO
‘Ni los médicos ni los remedios eran efectivos. Ya sea porque estas enfermedades eran desconocidas o porque los médicos no las habían estudiado previamente’, registró el cronista florentino Baldassarre Bonaiut en Cronaca fiorentina di Marchion- ne di Coppo Stefan i (1348). ‘No parecía haber cura. Había tanto miedo que nadie parecía saber qué hacer’. El fracaso de los médicos medievales para detener la propagación de la peste negra provocó cambios drásticos en la profesión: incitó la necesidad de una mejor capacitación y de una regulación más estricta.
Los efectos de las pandemias se detectan también en el cuerpo urbano: enfermedades como la fiebre amarilla en el siglo XVIII y el cólera y la viruela en el siglo XIX condujeron a la limpieza de las grandes ciudades, la eliminación regular de basura, trajeron amplios bulevares a París y mejoraron los sistemas de agua en Londres, después de que médicos como el inglés John Snow descubriera en 1855 que el cólera no se transmitía a través del aire como se pensaba sino del agua contaminada.
LAVADO DE MANOS Y NUEVOS INSTRUMENTOS MÉDICOS
Las epidemias cambian la forma en que pensamos acerca de la enfermedad, así como re- configuran hábitos instalados. Por ejemplo, durante y después del brote de fiebre amarilla en Filadelfia en agosto de 1793, las personas cambiaron la forma de saludarse. La gente desconocía que los mosquitos transmiten la enfermedad y por prudencia mantuvieran distancia de conocidos y desconocidos. ‘La vieja costumbre de dar la mano cayó en un desuso tan general que muchos se ofendían incluso con la oferta de la mano’, señaló por entonces el editor Mathew Carey, autor de Un breve relato de la fiebre maligna.
En 1840, los médicos pasaban de diseccionar cadáveres en la morgue a ayudar a dar a luz a un bebé en la sala de maternidad sin higienizarse o cambiarse la ropa. En una época en la que los gérmenes aún no se habían descubierto y se creía que la enfermedad era causada por miasmas u olores pútridos, el obstetra Ignaz Semmelweis planteó en el Hospital General de Viena la hipótesis de que las partículas cadavéricas eran las causantes de tantas muertes durante el parto.
ANTIBIÓTICOS, VACUNAS Y UCIS
Las muertes masivas no son el único producto de las pandemias. Los hallazgos más importantes en la historia de la medicina están íntimamente conectados con ellas. La primera vacuna exitosa –la de la viruela– fue desarrollada por el médico rural inglés Edward Jenner en 1796, en medio de los continuos brotes y apariciones de esta enfermedad también conocida por entonces como el ‘monstruo moteado’, que afectaba a todos los niveles de la sociedad.
CAMBIOS SOCIALES, CULTURALES Y EN LA INVESTIGACIÓN
Las enfermedades necesariamente reflejan y dejan al descubierto cada aspecto de la cultu- ra en la que ocurren’, comenta el historiador Charles Rosenberg. Sucede con la Covid-19 y también con la pandemia del VIH. Declarada como tal en 1981, en las próximas décadas reestructuró actitudes culturales y compor- tamientos sociales, así como prácticas de investigación.
Esta enfermedad infecciosa, además, forjó nuevas formas de activismo, que aceleró procesos regulatorios de tratamientos antirretrovirales. El VIH estimuló aumentos sustanciales en la financiación de fuentes como el Banco Mundial, así como el establecimiento del Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Ma- laria de las Naciones Unidas. Y, en especial, propulsó nuevas alianzas público-privadas que se han convertido en un modelo para la financiación de la investigación científica actual.
Con seguridad, la pandemia de la covid-19 dejará lecciones, innovaciones, descubrimientos. ¿Nacerá una nueva ciencia, más rápida, más abierta y más alineada con las necesidades públicas? ¿El acceso abierto a la investigación y los datos creará una ciencia más equitativa y efectiva? Los historiado- res de la ciencia nos lo dirán en las próximas décadas. •