
Un viaje al interior desde el corazón helado del mundo
En el extremo austral del planeta, una científica española se suma a la expedición internacional que combina ciencia, liderazgo y conciencia ambiental.
Su experiencia en la Antártida revela la urgencia de un cambio profundo en la forma de habitar y liderar el mundo: colaboración, ética y compromiso con el futuro.
Por EDITH GUEDELLA Fotografía NATASHA PAULI
Hace apenas un par de meses regresé de un lugar que no parece de este mundo. Un continente remoto y vasto, donde el silencio lo llena todo, el horizonte es blanco y los contrastes, intensos.
Liderar con ciencia, empatía y propósito: una experiencia antártica que inspira acción colectiva.
Viajé a la Antártida como parte de la expedición del programa Homeward Bound, una iniciativa global que promueve el liderazgo femenino en disciplinas STEMM (ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas y medicina), con una meta ambiciosa pero urgente: formar una red internacional de mujeres comprometidas con un futuro más sostenible, inclusivo y ético.

Ballena jorobada
Durante tres semanas, compartí el espacio con 123 mujeres líderes de diferentes países, edades, culturas y trayectorias. Mujeres y personas no binarias brillantes, curiosas, con una profunda vocación por transformar el mundo desde la ciencia, la educación, la medicina, la conservación, la comunicación o la tecnología. Nos reunimos en un barco que navegó el temido Mar de Hoces (paso de Drake) y recorrió las islas y costas de la Península Antártica. Y en ese entorno suspendido entre hielo y mar, ocurrieron muchas cosas a la vez.
Por un lado, el programa: una intensa agenda de talleres, mentorías y conversaciones sobre liderazgo, colaboración, visibilidad, estrategia y sostenibilidad. Por otro, la experiencia sensorial de estar en uno de los planeta. La Antártida no es solo blanca. Contra todo pronóstico, me deslumbraron sus colores: los verdes vibrantes de musgos y gramíneas creciendo tímidamente en pequeñas manchas de rocas y suelo expuesto, los naranjas y ocres de líquenes adheridos a las rocas, la geología volcánica contrastando con el blanco brillante de los glaciares.
Cada desembarco era una sorpresa cromática.
Y luego, los olores: el aire limpio y casi sin aroma en los días fríos, el olor a mar solo perceptible donde el agua era más templada, como en Isla Decepción, y el penetrante e inolvidable olor de las colonias de pingüinos —una mezcla potente de guano y pescado— que se impregnaba en la ropa y nos recordaba que estábamos en territorio compartido.

EL ESTRECHO ANTÁRTICO y el Mar de Weddell se conocen como el ‘callejón de los icebergs’ por los grandes icebergs tabulares que atraviesan la zona.
También el sabor: la sal del agua que salpicaba al cruzar las olas en zodiac, la nieve que se derretía en los labios en medio de una caminata silenciosa.
Liderar con ciencia, empatía y propósito: una experiencia antártica que inspira acción colectiva
Y los sonidos, los crujidos del hielo y el estruendo hueco de un gran trozo de hielo al desprenderse de un iceberg, y el emocionante sonido del respirar de las majestuosas ballenas. Primero escuchábamos su respirar, para después deleitarnos con su lomo y su característica cola, e incluso en algunos casos incluso sorprendernos con sus saltos a escasos metros de nuestra zodiac.
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Hubo momentos de asombro, de alegría, de vulnerabilidad, de profunda conexión. No solo con la naturaleza, también entre nosotras.
En la cubierta del barco, entre hielos flotantes, surgieron conversaciones sobre maternidad, crisis climática, migración, identidad, vocación, decisiones difíciles. Compartimos miedos, preguntas, certezas. Se tejieron lazos que desafían las fronteras geográficas. Entendí que cuando se crea un espacio seguro, entre mujeres, todo es posible.

Y también vi, con mis propios ojos, los efectos del cambio climático en un lugar donde parecería que nada cambia. Glaciares que retroceden, aves que no anidan donde solían, colonias de pingüinos que migran buscando alimento. Una transformación silenciosa, pero irreversible si no actuamos ya.

Esta experiencia me dejó muchas preguntas, pero también una certeza: necesitamos una nueva forma de liderar. Una que no se base en la competencia ni en el control, sino en la escucha, la empatía, la colaboración y el compromiso profundo con la vida. Y para eso, necesitamos voces diversas, liderazgos femeninos, miradas que integren razón y emoción, ciencia y conciencia.
Volví distinta. Conmovida, inspirada, movilizada. Pero también con una sensación de posibilidad. Porque sé que somos muchas las que queremos construir un mundo diferente. Y que incluso en los lugares más fríos, puede nacer algo cálido: un propósito, una comunidad, una esperanza. •
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