Hace años, cuando comenzaban a surgir en Europa los primeros trenes de alta velocidad, recuerdo haber leído un artículo que narraba, a modo de anécdota, la desafortunada inauguración de uno de ellos.
Finalmente, el gran día había llegado. Tras años de trabajo, investigación y una inversión millonaria, la compañía había organizado un evento majestuoso.
Políticos, líderes de opinión y periodistas iban a disfrutar de la comodidad y rapidez de este nuevo medio de transporte, después de disfrutar de una presentación detallada de sus ventajas técnicas, energéticas, comerciales y medioambientales.
Puedo imaginar la sorpresa de los asistentes cuando, después de haber subido a bordo y admirado el diseño futurista de los interiores, el tren, que representaba lo último en tecnología y domótica, no lograba arrancar. A pesar de que el maquinista incrementaba la potencia, los vagones vibraban pero no avanzaban, como si algo los detuviera. Entre los usuarios, comenzaban a surgir expresiones de preocupación, sorpresa y risas nerviosas.
El equipo técnico del tren, presente en el acto, intentó resolver el problema, pensando que se debía a una falta momentánea de potencia en los motores o a una bajada de tensión.
Parecía que la ley de Murphy se estaba cumpliendo en el peor momento posible.
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¿Necesitaría el tren más potencia? ¿Estaría demasiado lleno? ¿Sería un problema de tensión? ¿Habría algún obstáculo bloqueando su movimiento?.
Tras varios intentos, lamentablemente, no se pudo resolver el problema ese día. El tren permaneció en la estación, sin lograr partir, y los presentes tuvieron que regresar a sus hogares sin experimentar sus altas velocidades.
Días después, cuando parecía que no había solución, se descubrió el problema: la mitad de sus motores se movían en dirección contraria. A pesar de la potencia, el motor que empujaba hacia adelante eran contrarrestado por otro motor que tiraba hacia atrás.
El tren no solo no podía moverse, sino que también gastaba energía inútilmente para quedarse donde estaba.
Esta situación, que en principio puede parecer tan cómica es exactamente la misma que experimentamos cuando perseguimos objetivos opuestos o incompatibles.
En Sustainable Thinking, al hablar de la ecología de los objetivos, nos referimos a la imperativa necesidad de analizar la relación y coherencia entre nuestros deseos y metas.
Es común que al perseguir ciertos objetivos, terminemos saboteando otros, dejándonos en una parálisis similar a la de un tren detenido, sin importar la cantidad de energía, esfuerzo o determinación que invirtamos.
Avanzar a ciegas hacia nuestras metas, sin reflexionar sinceramente si estas se alinean con el conjunto de nuestras necesidades, es la manera más rápida de consumir nuestro tiempo y energía en esfuerzos que, al final del camino, podrían dejarnos con una sensación íntima de incompletud.
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