En nuestro afán por sobrevivir de la mejor manera posible, a menudo nos encontramos persiguiendo deseos y anhelos que creemos nos llevarán a la plenitud.
Por Luca Lancini.
Pero, ¿acaso no estamos confundiendo constantemente las necesidades con la forma de satisfacerlas?
Es crucial comprender que, aunque las necesidades humanas pueden considerarse universales, está ampliamente demostrado que la forma de satisfacerlas es puramente cultural.
Entre los grandes referentes en el estudio de las necesidades humanas se encuentran Abraham Maslow, famoso por su pirámide de las necesidades, y Manfred Max Neef, conocido por su teoría de las necesidades universales y los satisfactores.
Ambos nos enseñan que, más allá de nuestras diferencias culturales, existen necesidades fundamentales que todos compartimos.
Max Neef, economista y ambientalista chileno, incluye nueve necesidades básicas:
- subsistencia
- protección
- afecto
- entendimiento
- participación
- ocio
- creación
- identidad
- libertad
Sin embargo, lo que difiere entre las culturas es cómo satisfacemos esas necesidades.
Por ejemplo, la forma en que buscamos sentirnos seguros puede variar desde ir por la calle armados hasta los dientes hasta invertir más en las fuerzas del orden o esforzarnos para crear una sociedad más equitativa y, por ende, pacífica.
Ahora bien, si queremos aprender el pensamiento sostenible, deberíamos invertir un poco de tiempo en reflexionar sobre nuestras necesidades reales y cómo las estamos satisfaciendo.
Nada como una buena dosis de autoconciencia para mejorar la forma en que hacemos las cosas.
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Después de todo,
¿Qué mejor manera de invertir nuestra energía, tiempo y esfuerzo que cuestionando nuestras propias creencias y forma de razonar?.
En lugar de perseguir sin cuestionar los deseos y expectativas impuestos por la sociedad, podríamos buscar un sentido más auténtico para nosotros mismos. Esto significa explorar nuestras pasiones, valores y motivaciones, y alinear nuestras acciones con ellos.
No se trata solo de buscar la satisfacción momentánea, sino de buscar un bienestar más duradero y coherente.
Si nos dedicáramos un poco más a nuestro crecimiento personal, es posible que comenzáramos a anhelar menos deseos que no nos pertenecen y nos liberaríamos de la carga de perseguir cosas que fundamentalmente no nos interesan y que siempre conllevan, por casualidad de la vida, algún tipo de intercambio económico.
Como nos recuerda Séneca, el filósofo estoico cordobés:
“No hay viento favorable para aquel que no sabe hacia dónde se dirige”.
Si deseamos que nuestra vida fluya, ¿no sería primordial descubrir hacia dónde nos gustaría dirigirnos, más allá de las influencias culturales, presiones y condicionamientos externos?.
Ser más selectivos con nuestras necesidades y diferenciarlas de la forma en que las podemos satisfacer es un paradigma creativo y disruptivo, porque al encontrar nuestro bienestar individual, podemos lograr disminuir el impacto ambiental negativo a nivel social.
En otras palabras, al vivir más acordes con nuestro propio propósito, reordenamos nuestras prioridades individuales con el conjunto de los objetivos sociales.
Esto es lo que entendió mi querida amiga Karen cuando dejó de ocupar un lugar de trabajo que no le correspondía y aceptó el reto que le resonaba desde que era adolescente: invertir sus esfuerzos para vivir de su arte como pintora, aunque tuviera que renunciar a lo superfluo, apostar por sí misma y, a veces, nadar contracorriente.
En resumen, ¿no sería mejor volver a nosotros mismos y descubrir que cuando nos alineamos con nuestro destino más auténtico, es como si encontráramos el lugar correcto donde encajar la pieza de un rompecabezas que representa nuestra vida en el puzzle de la sociedad?.
En fin, ¿no podría ser esta la solución para resolver finalmente el conflicto entre el bienestar individual y el bienestar colectivo?.
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