
En esta región al norte de Kenia, azotada por la pobreza y la sequía, la Fundación Vipeika
impulsa un modelo de desarrollo basado en educación, nutrición infantil
y empoderamiento local. Allí, donde todo parece escasear, crece la esperanza y
florece lo esencial: Optimismo Comprometido, educación y amor para transformar
realidades.
Por JULIA HIGUERAS Fotografía FUNDACIÓN VIPEIKA
En febrero emprendimos un viaje al corazón del Cuerno de África, a la tierra de los turkana, en el noroeste de Kenia.
A nuestra llegada al aeropuerto de Lodwar, fuimos recibidos por rostros sonrientes y un sol inclemente que anunciaba la dureza del lugar.
Desde allí, un camino de tierra nos llevó hasta la misión donde nos alojaríamos durante nuestra estancia, a pocas horas de las fronteras con Uganda, Sudán del Sur, Etiopía y Somalia.
Nos encontrábamos en una de las zonas más desafiantes del planeta, donde la pobreza, la sequía y la desnutrición conviven como una sombra constante. La comunidad turkana ha sobrevivido durante siglos a través de una economía pastoral nómada, pero hoy enfrenta retos extremos: la falta de agua, la escasez de alimentos y las limitaciones educativas afectan a la mayoría de la población.
Optimistas Comprometidos nursery, un sueño hecho realidad gracias a Vipeika.
Estudiar, alimentarse o simplemente sobrevivir es un acto de resistencia diaria.
Muchos niños caminan muchos kilómetros bajo el sol abrasador para llegar a una escuela, si es que tienen una cerca.

Los niños hacen cola para recibir su segunda comida del día
La mayoría de las familias no pueden garantizar ni una sola comida diaria.
En medio de este paisaje hostil florece un milagro: la Fundación Vipeika.
Fundada con un propósito claro: transformar vidas desde la educación y la nutrición infantil, esta pequeña gran organización se ha convertido en un vergel de esperanza.
Solo en esta región de Turkana, Vipeika ha creado diez ‘nurseries’ o centros infantiles para niños de entre tres y siete años.
Allí, cada mañana, los pequeños reciben dos comidas diarias y una educación que no solo les enseña a leer y escribir, sino que les abre la puerta a un futuro distinto.
Acompañamos a Silvia Flórez, presidenta de la fundación, en esta travesía que es mucho más que un viaje.
Es un encuentro con la realidad, con las carencias extremas, pero también con la fuerza imbatible del alma humana.

UNA ALUMNA MÁS, aprender es una fiesta para los niños y niñas de Optimistas Comprometidos nursery.
La dignidad se expande, y con ella, las posibilidades.
Silvia no es solo una líder; es un faro que inspira, que cree en el poder de los sueños y trabaja cada día para hacerlos realidad.
‘El esfuerzo siempre merece la pena’.
Nos repite con convicción mientras recorremos los caminos polvorientos que nos llevan de una escuela a otra. Entre todos los centros que visitamos, Optimistas Comprometidos nos dejó una huella profunda.
Es más que un nombre: es una filosofía de vida.
En esta nursery inaugurada recientemente, 100 niños y niñas llegan cada día con el estómago vacío y la mirada llena de esperanza.

OPTIMISTAS COMPROMETIDOS NURSERY,
una de las escuelas de la fundación, donde
estudiar es divertido y los niños y niñas disfrutan aprendiendo.
Aquí reciben alimentación, cuadernos, enseñanza, y sobre todo, amor.
Las fotos que tomamos lo dicen todo: niños sonrientes, aulas coloridas, docentes entregadas. Todo en Optimistas Comprometidos transmite energía positiva, lucha silenciosa y compromiso profundo.
Es el ejemplo perfecto de que el optimismo con compromiso puede transformar realidades. Ver a los niños con sus uniformes coloridos, con el nombre de Optimistas Comprometidos bordado con orgullo en sus camisetas, fue una experiencia que nos llenó el alma.
Judias pintas con maíz que les aportan las proteínas diarias que necesitan.
Esos uniformes no solo les protegen del sol: les otorgan identidad, pertenencia, dignidad. Al vestirlos, sienten que forman parte de algo grande, de un proyecto que los ve, los cuida y cree en ellos. Ellos lo saben.
Se sienten importantes, escuchados, visibles. Sus caritas iluminadas mientras repiten las vocales, levantan la mano con entusiasmo o cantan canciones de bienvenida, nos mostraron que el aprendizaje no es un lujo, sino una necesidad urgente, un derecho que en Turkana se convierte en milagro cotidiano.
Verlos aprender es asistir al nacimiento de futuros distintos, es ser testigos de una revolución silenciosa que empieza con una letra bien escrita y una comida caliente.
Además, conocimos otros centros como Serendipity, Cometa, Luz de Turkana y Luna. Cada uno tiene su historia, su esencia, pero todos comparten un mismo latido: el de la esperanza.
En cada nursery, los niños nos reciben con canciones, bailes y miradas que brillan más que el sol que azota sus aulas sin ventanas.
Esas aulas son mucho más que estructuras: son refugios de dignidad, de posibilidad, de futuro.
La región de Turkana enfrenta retos colosales.
La expectativa de vida ronda los 50 años. La pobreza afecta a más del 80% de la población.
Las sequías, cada vez más frecuentes e intensas, destruyen cosechas, matan ganado y condenan a familias enteras a la inseguridad alimentaria. Pero donde muchos solo ven carencias, Vipeika ve oportunidades.
A través de sus proyectos, la fundación no solo educa, sino que también nutre y empodera.
En Lomeleco, han impulsado huertos comunitarios donde las familias cultivan alimentos para autoconsumo y venta.
Es una forma de generar autonomía, de sembrar futuro. El impacto de la educación es inmediato y profundo. Cuando la luz del conocimiento entra en una casa, todo cambia.
Las niñas dejan de ser vistas solo como ayudantes del hogar; los niños ya no son enviados a pastorear ganado desde los cuatro años.
La escuela se convierte en un nuevo eje de la comunidad. La dignidad se expande, y con ella, las posibilidades.
Uno de los testimonios que nos conmovieron fue el de John, un joven que pasó su infancia en Turkana.
Con esfuerzo y una beca de Vipeika, llegó a la universidad en Nairobi, donde dormía en casas ajenas o en la calle.
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Hoy, graduado con honores en Relaciones Internacionales, trabaja en el Banco Nacional de Kenia y sueña con volver a su comunidad para inspirar a otros.

Durante nuestra estancia, compartimos nuestras jornadas con las misioneras recoletas, mujeres fuertes y amorosas que llevan décadas sembrando humanidad en esta tierra.
Vivimos en su misión, cerca de Lodwar, una ciudad que ha crecido y que hoy alberga a más de 55.000 habitantes.
Su labor silenciosa, constante, es el andamiaje espiritual de este proyecto transformador.
Turkana es también frontera viva con el mundo.
A pocas horas se encuentran los campos de refugiados de Kakuma y Kalobeyei, que acogen a cientos de miles de personas desplazadas por los conflictos en Sudán del Sur, Etiopía, Somalia y la República Democrática del Congo.

La vulnerabilidad es absoluta, pero también lo es la generosidad de los que ayudan.
Este viaje ha sido un viaje del alma. Uno donde se confirma que los sueños pueden ser reales, pero que al cumplirse, dan lugar a nuevos sueños.
Porque en Turkana, los sueños nunca se agotan.
Hay tanto por hacer que el corazón no da abasto.
La sonrisa de un niño, el brillo en los ojos de una madre que sabe que su hija podrá estudiar, el abrazo silencioso de quien recibe sin pedir… todo ello nos recuerda que la humanidad está intacta, que el compromiso transforma, y que el optimismo es una decisión.

Turkana es un ejemplo de que se puede cambiar el mundo desde un rincón olvidado del planeta.
Solo hace falta una idea, un corazón valiente y muchas manos unidas.
Y mientras existan fundaciones como Vipeika, el sueño seguirá vivo, creciendo, multiplicándose.
Porque sí, en Turkana los sueños son infinitos.
Y el Optimismo Comprometido, cuando se convierte en acción, es la llave que abre todas las puertas. •
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