
Las políticas de Donald Trump, tanto en lo económico como en lo social, amenazan con provocar un retroceso global en términos de diversidad, igualdad y justicia social.
La influencia del presidente de los Estados Unidos trasciende sus fronteras y encuentra eco en movimientos populistas y ultraconservadores que han ganado fuerza en Europa y otras partes
del mundo.
Por JULIA HIGUERAS
La Unión Europea, que históricamente se ha posicionado como un bastión de derechos humanos, enfrenta un desafío crucial: resistir la ola de regresión y reafirmar su compromiso con los valores democráticos.
El posicionamiento de Trump frente a la guerra en Gaza y su respaldo incondicional a Israel han agravado una crisis humanitaria que el mundo no puede seguir ignorando.
La reciente ruptura de la tregua por parte del gobierno de Benjamin Netanyahu ha desencadenado una masacre en la que, solo el pasado martes, fueron asesinados 130 niños. Un número escalofriante que supera el total de menores fallecidos en un año entero en cualquier otro conflicto.
Ante este horror, el silencio o la tibieza de los líderes mundiales solo perpetúan la impunidad y la injusticia.
Pero Gaza no es el único escenario en el que Trump ha sembrado división y conflicto.
Su postura ambigua y oportunista ante la invasión rusa de Ucrania ha debilitado la respuesta internacional y ha puesto en riesgo la estabilidad de Europa.
Su falta de condena firme a la agresión de Putin y sus amenazas de retirar el apoyo estadounidense a la OTAN han enviado un mensaje peligroso:
La seguridad europea es prescindible para los intereses de Estados Unidos bajo su mandato.
A esto se suman las políticas económicas arancelarias que ha impuesto sobre Europa, su antigua aliada, en un intento de someterla económicamente y debilitar su liderazgo en derechos democráticos.
En lugar de fortalecer la cooperación con el continente que históricamente ha defendido la democracia y los derechos humanos, Trump parece empeñado en convertir a Estados Unidos en un adversario de Europa.
La pregunta que resuena es inevitable:
¿En qué quiere convertir Trump a Estados Unidos?.
La filósofa Hannah Arendt, en su reflexión sobre la banalidad del mal, nos advirtió del peligro de aceptar la discriminación y la violencia como parte de la normalidad.
Su concepto de “el Derecho a tener derechos” cobra hoy una relevancia estremecedora:
“Vivimos en un mundo en el que la sociedad ha descubierto en la discriminación la gran arma social con la que uno puede matar sin derramamiento de sangre”.
Esta afirmación resuena con una actualidad alarmante. En un contexto en el que la xenofobia, el racismo y la exclusión se han convertido en discursos legitimados por gobiernos y partidos políticos, es imperativo recordar que solo hemos sido conscientes de estos derechos cuando millones de personas han sido despojadas de ellos.
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La sociedad civil no puede permitirse la comodidad de la indiferencia ni la ausencia de pensamiento crítico.
Como también señaló Arendt:
“La complaciente repetición de ‘verdades’ que no lo son se ha convertido en una de las sobresalientes características de nuestro tiempo”.
Esta afirmación sigue vigente hoy en día, cuando discursos populistas reducen la complejidad de los problemas globales a eslóganes vacíos que fomentan el odio y la polarización.
Es por ello que nuestra respuesta debe ser firme y clara:
Cuestionar, denunciar, actuar.
Salir a la calle no es solo una metáfora. Es una llamada urgente a la movilización, a la resistencia frente a políticas que nos despojan de derechos y nos arrebatan la dignidad.
No podemos permitir que la historia se repita bajo el disfraz de una supuesta seguridad o prosperidad económica.
El coste que conlleva la inacción es demasiado alto, y la responsabilidad recae en todos nosotros.
La pensadora Hannah Arendt proponía algo muy sencillo:
“Nada más pensar en lo que hacemos”.
Que este pensamiento nos impulse a la acción.
Que nuestra palabra se oiga. Alcemos la palabra. Por la paz.