Manos ásperas y fuertes de un escultor insólito que es capaz de relatar el alma de las piedras.
Nadie como él sabe escucharlas y nadie como él es capaz de deconstruirlas, de hacerlas brillar a través de su consistencia, de su firmeza.
Disecciona, corta y vuelve a unirlas para crear formas fabulosas e inconcebibles. Una vida entera, la suya, dedicada a escuchar a las piedras, porque ellas hablan, cantan, lloran y comparten conocimiento, tienen su propio mantra y, si las cuidamos y las entendemos, son hasta capaces de regalarte su alma infinita, atemporal y solitaria. ‘Cosas tenedes, Bañuelos, que farán fablar las piedras’.
Por JULIA HIGUERAS
Fotografía LUIS MALIBRÁN
¿Qué diferencia hay entre tu última exposición y las anteriores?
Las mismas manos, los mismos pensamientos… Difícil resaltar lo diferente entre unas y otras, porque todas llevan mi sello. Sí, es cierto que, con el tiempo vas desbrozando detalles y limando todo aquello que te va pareciendo que es menos interesante.
Melancolía, ¿por qué ese nombre? Lo curioso es que yo no le puse ese nombre a la exposición, la bautizó así el crítico de arte Alfonso de la Torre, que me conoce muy bien. Melancolía porque siempre me quedo a las puertas de lo que quiero hacer.
¿Y es así con todo? (Risas).
Sí, sobre todo me pasa con las esculturas, siempre hay un mundo entre lo que pienso y lo que al final consigo esculpir, pero los demás, cuando ven mi trabajo, les parece estupendo, porque no tienen en sus cabezas las referencias que yo tengo en la mía. Esa ilusión que vive dentro de mí y que me empuja a hacer algo mejor y que no logro reflejar fuera, esa perfección, ese aquello que pudo ser y no fue, y que acaba impregnando mi obra de esa melancolía insistente. Melancolía también de ver cómo va el mundo, de cómo están las cosas y la poca capacidad que tenemos cada uno de nosotros para poder mejorar el rumbo de las malas acciones que nos rodean.
Y en esa búsqueda melancólica de la excelencia, de aportar valor a través de las esculturas, ¿dónde te ha llevado?
Me ha llevado por el mejor de los caminos, ese en el que los atajos no tienen espacio, donde me puedo mostrar como soy, un camino de encuentro donde coincido con personas que merecen la pena. Y esto me lleva a los premios Optimistas Comprometidos de vuestra revista, con los que llevo colaborando diez ediciones. Diez años premiando a las cabezas más importantes, a esas personas que con determinación trabajan para mejorar el porvenir de todos nosotros.
Más de 100 personas premiadas que tienen tus esculturas, hasta una Premio Nobel de la Paz.
Me siento orgulloso de poder participar, de aportar ese pequeño grano de arena esculpiendo esas cabezas de guerreros que luchan cada día por aportar valor, propósito a nuestras vidas. Me enorgullece saber que la Premio Nobel Shirin Ebadi o la Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, Caddy Adzuba, tienen en sus casas mi escultura, como me parece un honor que también las tengan casi un centenar de personas, todas ellas extraordinarias.
Cómo afecta a tu creación acontecimientos tan dramáticos como lo son las guerras.
Con esa melancolía de la que no me puedo des-prender. Pienso en que tengo que hacer todo lo que está en mi mano para seguir luchando y, desde el arte, con mis herramientas, seguir esculpiendo el mundo como en realidad me gustaría que fuera.
La mediocridad que nos mueve.
No hay un ámbito libre de mediocridad. Ni siquiera la cultura escapa de la epidemia mediocre. Ya lo decía Deneault: ‘El dinero nos pervierte y concentra la actividad de la mente en un medio que le hace perder toda conciencia sensorial de la diversidad del mundo’.
Es pues, esta una época mediocre, también para el arte…
Sí, también la mediocridad invade el arte, me atrevería a decir que lo invade todo. Vivimos una época en la que cualquier opinión es válida, y en la que cual-quiera puede opinar, aunque no tenga ni idea de lo que está hablando. No digo que todo el mundo tenga que ser Descartes, pero hay que exigir un mínimo a la hora de expresar tus opiniones.
El otro día vinieron a cenar a casa el psiquiatra Enrique Rojas y su mujer, y fue una delicia. Antes hacíamos cenas más concurridas, pero ya no, porque lo que nos gusta a Esther, mi mujer, y a mí, es hablar, aprender, compartir.
Vivimos tiempos en los que todos quieren ser celebrities, en los que no hay reparo en compartir intimidades, donde vale todo.
El otro día leí en el periódico una frase que me entusiasmó: ‘Antes los paparazzi te perseguían, ahora cada uno de nosotros llevamos un paparazzi dentro’. Y es verdad. Es una frase para la reflexión y que dice mucho de los tiempos convulsos por los que estamos transitando. Y solo tienes que fijarte en la gente que, cuando está de viaje solo piensa en hacerse fotos y enviarlas para que las vean sus amigos. Ya no se encuentra placer en viajar ni en el aporte cultural que te ofrecen los viajes, ahora solo importan las fotos y cuantas más, mejor. Lo importante es compartirlas en las redes sociales y mostrarle al mundo lo estupendo que eres. Sin embargo, el conocimiento está en los libros, y el pensamiento se construye leyendo.
¿Qué has ido aprendiendo por el camino? ¿Qué te han enseñado las piedras?
Las piedras me han enseñado y me enseñan muchas cosas. Me han enseñado a tener paciencia, el amor a la tierra, a ser mejor persona. Picar la piedra es un rito, un acto repetitivo que te obliga a observar continuamente, es una lucha desproporciona-da, porque el canto rodado es el material más duro que existe. Pero esa batalla con la dureza, con lo perdurable, lo imperecedero, lo permanente, me ha empujado a pensar mucho y me ha hecho reflexionar. Considero que, si el oficio al que te dedicas es un oficio sincero, este te acaba marcando. Enfrentarte a esa dureza te obliga a conocerte mejor, saber mejor quién eres, tus virtudes y tus miserias.
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Supongo que A Ferida (La Herida), esa escultura de 400 toneladas que realizaste junto al santuario de la Virxe de Barca, en Muxía y que homenajea a los voluntarios que frenaron el de-sastre ecológico de la Costa da Morte, también te enseñó lo suyo.
Una escultura para hacer un homenaje a todos aquellos voluntarios que acudieron a ayudar al pueblo gallego cuando se produjo aquel desastre ecológico del Prestige. Una fecha que nunca podré olvidar: trece de noviembre de 2002. Han pasado casi 22 años de aquella catástrofe, y parece que fue ayer.
Me recuerdo trabajando esa piedra, imagínate, conseguir que aquellos dos cortes inmensos funcionaran. Picar piedra me serena, me enfoca, me enseña quien soy y me muestra el camino. Mi mujer, cuando me ve nervioso me manda al taller: ‘Venga, hermoso, a picar piedra’. Ella sabe que es la única manera en la que encuentro la tranquilidad de espíritu que necesito y en la que me relajo. Tengo una relación especial con las piedras, sé que suena raro, pero es así.
‘Trabajando la piedra encuentro la tranquilidad de espíritu que necesito’
Alberto también tiene una relación extraordinaria con el algodón y me recuerda a Sara, una de las protagonistas del libro de Eva García, La Casa del algodón, una obra que invita al lector a subir al desván de los recuerdos, a trastear en sus cajas y leer en sus documentos, para intimar con esta familia que por cientos de años ha sido fiel al cumplimento de una promesa: preservar y transmitir el legado de lo que les aconteció. Y es un poco lo que estamos haciendo con Alberto Bañuelos: trastear en sus recuerdos, brujulear en el tiempo vivido.
Mi relación con el algodón, que parece un oxímoron porque es el material más blando, también es extraordinaria. ¿Sabes que la piedra y el algodón son dos materiales que han aguantado 4000 años y que ahí siguen?
No, no lo sabía y no le encontraba la relación.
El algodón y la piedra representan lo permanente. Y pienso en las pirámides, que están hechas de piedra y que siguen en pie porque no están hechas de oro o de bronce. También pienso en las historias que podría contar un canto rodado que se ha hecho a través de cientos o miles de años. Piedras que se golpean las unas contra las otras en las profundidades de los ríos. Piedras de piel gruesa, madura, ¿te imaginas partiéndolas, abriéndolas y convirtiéndolas en otra cosa? Ese proceso de transformación es milagroso y cuando sucede me siento en paz.
¿Qué te inspiran más los libros o las piedras?
Todo suma y tú lo sabes bien. Las dos mueven mi intelecto y lo retan. Lo importante, lo quede verdad te hace ser, es la honradez con la que vives tu vida. Nunca me he preocupado por lo que hacen los demás, ni he perdido mi tiempo ni mi autoestima copiando a otros, ni tampoco me ha preocupado si mi lenguaje artístico está o no de moda, solo sé que yo lo estoy haciendo, porque tiene que ver con lo que soy, con el camino que he elegido, con las decisiones que he tomado. Y mi historia está reflejada en mis piedras que son el fiel espejo de mi vida.
Las piedras te transmiten su fuerza, su energía y tú trasmites esa aportación que recibes a las personas que observan tu obra.
Es cierto. Muchas personas me escriben para contarme sus experiencias con mis esculturas. Recuerdo la carta de una señora mexicana en la que me decía que después de ver mi exposición en el Museo Antropológico de México, había comprendido que en el mundo había algo más y que tenía que cambiar su vida. Y esto me lleva a preguntarme muchas veces sobre la trascendencia de mi trabajo, a pensar que si mis esculturas son capaces de remover de esa manera el interior de algunas personas, pues ya merece la pena el sufrimiento que a veces acarrea la creación. Me siento afortunado y valorado.
‘Lo importante, lo que de verdad te hace ser, es la honradez con la que vives tu vida’
Antes hablábamos que las redes sociales tienen la capacidad de convertirnos a todos en celebrities, piensas que esto puede suceder lo mismo con la escultura, con el arte en general, que todo el mundo puede ser artista.
Estoy harto de ir a sitios y exposiciones que no me aportan, que no me dicen nada. Quizás sea una incapacidad mía y que sea yo quien no llega a entender lo que otros intentan expresar. Lo que sí sé es que me sigue emocionando Rothko y tengo que confesar que he caído de rodillas al contemplar una exposición de Lucian Freud.
Te gusta tener contacto con las nuevas generaciones y en ocasiones dar charlas en algunas universidades, ¿qué te gusta compartir con la gente joven?
La semana pasada impartí una charla a los estudiantes de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Alcalá y les comentaba que me parecía estupendo que pasaran por Bellas Artes, pero que les recomendaba también que se pasaran por Filosofía y Letras o por Sociología. Considero que es muy importante leer, estudiar, para poder hacerte con un lenguaje propio. Todos los pintores de mundo tienen los mismos colores, todos los escultores las mismas piedras, pero ¿qué diferencia a unos de los otros? Pues su cabeza, lo que piensan.
¿Hasta dónde esperas que te empujen las piedras?
Con ellas establezco una relación, un diálogo, son mi compañía y, de momento, me siguen arropando. En el instante en que esto deje de ocurrir, lo dejaré. Decía Picasso que copiar a los demás es necesario para aprender. Pero copiarse a uno mismo es trágico. Si eso sucede, si dejo de estar haciendo algo nuevo o experimentando como lo estoy haciendo ahora, metiéndome dentro de la piel de las piedras hasta encontrarme con su luz, el día que deje de investigar, de profundizar, el día que pierda la ilusión, ese día lo dejaré porque entenderé que ha llegado el final.
¿Y entonces qué harás?
Imagino que lo mismo que tú. Adivino que tendrás cientos de libros que esperan ser leídos, igual que yo. Aunque si pudiera elegir, me encantaría morirme con el martillo en la mano.
Alberto, supongo que para ti ‘un camino de piedras’ no tiene el mismo significado que para el resto de los mortales.
Las piedras han sido mi camino. Lo triste hubiera sido no haberme encontrado piedras por el camino (se ríe).
Sueño despierto de Alberto…
Sueño con la paz que no tengo.