‘Mis padres son causantes de mi plenitud vital ¿por qué entonces no soy capaz de decirles que les quiero a pesar de sentirlo?’
DAVID PINO GOZALO elsaltodiario.com
Leía hace unos días en Instagram un post de una influencer despidiéndose de su padre fallecido, escribiéndole las cosas que no había podido decirle en vida.
Me impactó la posibilidad de verme teniendo que recurrir a una solución tan manida y, obviamente, tardía, para desahogar ese torrente de sentimientos hacia las personas tan importantes en nuestras vidas que a los hombres de mi edad tanto nos suele costar mostrar.
No recuerdo la última vez que les dije a mis padres que los quería. Dicho así suena realmente duro, y no es precisamente porque no sienta ese amor hacia mis padres, que lo siento y mucho.
Ni de que no se transmita sin necesidad de verbalizarlo.
Es algo derivado de la masculinidad que nos ha tocado vivir, en la que las estas demostraciones de afecto entre personas adultas mas allá de la pareja son, cuanto menos, incómodas.
Ni siquiera me imagino preguntándoles a mis amigos si ellos dicen que les quieren a sus padres.
O incluso diciéndoselo a ellos más allá de un estado cómico-etílico post adolescente.
Es como un gran elefante en la habitación que todo el mundo prefiere ignorar en pos del status quo
al que nos hemos habituado.
No negamos los sentimientos, simplemente los damos por sentados y pasamos a otra cosa. Es nuestro ‘no se habla de Bruno’ particular.
A mí me cuesta imaginarme una vida sin mis padres.
El tiempo pasa para todos, está claro, pero a mis cuarenta y cuatro años, totalmente independiente y con mi propia familia formada, el hogar familiar me sigue evocando una grata sensación de seguridad.
De que pase lo que pase siempre me quedaran ellos. Una vuelta a la juventud que huía de las responsabilidades adultas amparándose en ese colchón llamado familia que estaba para amortiguar cualquier posible patinazo. Con esa edad es algo que das por hecho.
Sin embargo, con el tiempo conoces la realidad de otras personas, y es cuando realmente te das cuenta de la suerte que has tenido con esa familia imperfectamente perfecta.
Y de empatizar con aquellas personas que no han tenido la misma suerte. He sido un privilegiado y
lo sé.
Y quizás ahora me baste y me sobre para lidiar con mis errores adultos, pero aún me resulta reconfortante regocijarme en la idea de que están.
Y no es algo a lo que quiera renunciar de ninguna manera. Ojalá yo consiga que mis hijos tengan esa misma sensación, porque entonces sé que lo habré hecho bien.
Deconstruirse también es reconocerse en esto. Quizás por eso no quiero esperar a que no estén para volcar esto en un post de la red social que esté de moda en ese momento.
Quiero que tengan la posibilidad de leerlo y de saber que han sido y siguen siendo unos grandes padres, que supieron transmitir los suficientes valores a sus hijos como para que ahora yo rompa ese extraño tabú social con estas líneas.
Espero estar a la altura criando a vuestros nietos.
Desde luego he aprendido de mis errores y me aseguro de decirles que les quiero todos los días.
Os quiero. •