Hasta ahora, creo que nadie posee el lujo de no haber conocido a alguna persona, o incluso a sí mismo, que, mirando hacia atrás, no se arrepienta o avergüence de cómo ha actuado en determinada situación.
El deseo de retroceder en el tiempo para modificar o mantener la historia ha sido el tema principal de numerosas películas icónicas, incluidas “Volver al Futuro”, “Terminator 2”, “12 Monos” y “El Efecto Mariposa”.
Este poder extraordinario es también compartido por diversos héroes del cómic, como Flash, Doctor Strange, Superman, Cable y Waverider, materializando la fantasía colectiva de poder influir en el curso del tiempo.
A pesar de los refranes, todos, en algún momento, nos entretenemos llorando sobre la leche derramada, convencidos de que podríamos haber actuado de manera diferente.
¿Cómo olvidar la astuta decisión de no aceptar la oferta para vender nuestro piso en agosto, justo antes de que la burbuja inmobiliaria se desplomara unas semanas después?.
Quizás sean pocos los que aún recuerdan cómo, en aquel distante septiembre de 2008, los expertos saturaron los noticieros, desbordando sabiduría a posteriori y demostrando cómo lo sucedido se había podido anticipar.
El sesgo de la retrospección, que lleva a la gente a creer que los eventos pasados eran más predecibles de lo que realmente fueron, no afecta solo a los comunes mortales, sino también a los líderes de opinión, los políticos, los médicos y los expertos de todo tema.
Este sesgo alimenta la creencia de que podríamos haber actuado de manera diferente, lo que nos hace sentir culpables.
Si no logramos transformar esta culpa en responsabilidad, acaba creándonos más problemas de los que ya tenemos: evitación, castigo, procrastinación.
La realidad es que si pudiésemos volver a aquella misma situación con la misma información que teníamos y siendo la exacta misma persona que éramos, tomaríamos la misma idéntica decisión y cometeríamos el mismo error.
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Por el contrario, cuando la culpabilidad se transforma en responsabilidad, logramos finalmente digerir lo ocurrido, aceptar y observar honestamente nuestros límites del momento para poder tomar conciencia de ellos y, si lo deseamos, superarlos.
Si hay dos características que definen un pensamiento sostenible son la eficacia y la eficiencia.
Rumiar sobre el pasado es tanto más ineficaz cuanto ineficiente, ya que por mucho que gastemos energía pensando de forma retrospectiva, recordemos que el cerebro gasta aproximadamente un 20% de la energía total del cuerpo en reposo, no vamos a poder cambiar lo sucedido.
Esto no significa que no se pueda aprender del pasado, más bien todo lo contrario.
La única forma que tenemos de aprender de lo que consideramos nuestros errores es tener el coraje de observar las verdaderas razones que nos llevaron a cometerlos, y la única forma de poder verlas es auto observarnos sin juicio.
Aunque parezca contraintuitivo, cada vez que me juzgo hay una parte de mí que se esconde detrás de una cortina de humo de justificaciones a posteriori, intentando amortiguar el miedo irracional que tengo a ver quién realmente soy.
En otras palabras, hay una parte de mí que me exime de tomar la responsabilidad que me corresponde por lo sucedido.
Volviendo al 2007, cuando por pocos días no logré vender mi piso porque intentaba obtener una oferta mejor, desde hoy puedo dejar de sentirme culpable y aceptar que esa decisión fue la mejor que podía tomar en ese momento.
Esto me permite descubrir mis motivaciones reales y aceptar la responsabilidad de las decisiones que tome de aquí en adelante.
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