
El hospital Nasser, en Jan Yunis, volvió a temblar este lunes bajo el rugido de los misiles. La primera explosión sacudió las escaleras exteriores. La segunda, instantes después, arrasó a quienes corrían a auxiliar.
Por JULIA HIGUERAS
Veinte muertos. Entre ellos, cinco periodistas. No combatientes. No militantes. Periodistas con nombre, rostro y oficio: Hossam al-Masri, reportero de Reuters; Mohammed Salama, corresponsal de Al Jazeera; Moaz Abu Taha, colaborador de NBC News; Mariam Abu Daqa, periodista independiente que había trabajado con Associated Press y Ahmed Abu Aziz, reportero de Quds Feed Network.
Horas más tarde de este trágico e intolerable ataque, un sexto periodista cayó abatido en Al Mawasi, también por disparos israelíes. La cuenta macabra sigue sumando: más de 240 informadores asesinados en Gaza desde octubre de 2023. Ningún conflicto reciente había segado tantas voces…
No eran ‘terroristas’, eran periodistas
Israel suele repetir que los periodistas que mata son ‘miembros encubiertos de Hamás’. Esta vez, sin embargo, la mentira se estrella contra los logos internacionales. Reuters, Al Jazeera, NBC, Associated Press: nombres globales que confirman que sus corresponsales murieron trabajando, con la cámara y la libreta en la mano.
¿Quién se atreve ahora a llamarlos terroristas encubiertos? ¿Quién se atreve a disfrazar de ‘legítimo’ lo que fue un ataque directo contra quienes sostienen la verdad bajo las bombas?
El derecho internacional humanitario protege los hospitales. Los protege siempre. Y protege a los periodistas como civiles esenciales en tiempos de guerra. Por eso el ‘doble golpe’ sobre Nasser -dos ataques consecutivos, el segundo contra rescatistas y reporteros- no es solo una tragedia: es la fotografía nítida de un crimen de guerra.
Los médicos lo cuentan entre lágrimas: algunos colegas quedaron desintegrados en pedazos, pacientes huyendo de un hospital que debería ser refugio. La ONU habla ya de hambruna, y el Estatuto de Roma lo llama por su nombre: usar el hambre y la destrucción de hospitales como armas es un crimen de guerra.
Y mientras esto sucede, Netanyahu lanza una disculpa hueca a la comunidad internacional a quien, dicho sea de paso, le cuesta muy poco apartar la mirada y banalizar el mal de un gobierno que, por la impunidad que muestra, parece haber perdido completamente el juicio.
Netanyahu habló en su disculpa de ‘trágico incidente’. Otro mas. Y otra promesa: otra investigación. Pero ya no cuela, el historial está ahí: el 88% de las pesquisas internas por abusos de su ejército se archivan sin nada. Son disculpas que se pierden en el aire mientras las familias entierran a sus muertos.
Este ataque deja un mensaje detrás de sus bombas, porque no fue solo un ataque contra médicos y pacientes. Fue, además, un ataque contra la prensa. Contra la posibilidad de que sigamos contando lo que allí sucede. Un apagón informativo en toda regla.
Eso es lo que buscan, porque si los periodistas no contamos lo que sucede, no existe. Si se mata a quienes registran los hechos, la guerra desaparece en la sombra, deja de existir a los ojos del mundo. Y es lo que buscan, queda poco espacio para la duda: borrar la memoria, silenciar la evidencia, dejar que la verdad se muera bajo los escombros.
Pero aquí están sus nombres, aquí están sus medios. Que nadie los borre, que nadie los disfrace. Hossam, Mohammed, Moaz, Mariam, Ahmed. Periodistas. Nada más. Nada menos.
Mataron sus cuerpos, pero no sus historias.
Porque mientras quede un periodista vivo, la verdad seguirá respirando. Aunque quieran callarnos con bombas, seguimos. Nombrando. Escribiendo. Contando. Ellos ya son memoria. Nosotros somos voz.
Y nuestra voz no se rinde. Seguiremos escribiendo bajo el polvo, entre las ruinas, contra la impunidad, contra el apagón informativo, no importa donde. Porque cada palabra publicada es un acto de resistencia, cada crónica es un muro contra el olvido.
Porque matar a los periodistas es intentar matar la verdad de los hechos. Y la verdad siempre vuelve a abrirse camino, siempre renace en las páginas de los periódicos, de las revistas, en los informativos de la televisión, en la radio, en las imágenes de la barbarie, en la memoria de todos los que nos esforzamos cada día por honrar este oficio:
‘El mejor oficio del mundo’
Como le gustaba llamarlo a Gabriel García Márquez. Seguimos.