
Por Julia Higueras.
Hay palabras que no pueden ser silenciadas. Y hay silencios que son cómplices.
Hoy, mientras el mundo mira hacia otro lado, Gaza grita. Y su grito atraviesa muros, fronteras y océanos. Porque en Gaza no está ocurriendo una operación militar.
Está ocurriendo un crimen de lesa humanidad, que arrasa vidas, borra historias y destruye futuros. Un genocidio que ha sido denunciado por 700 escritores e intelectuales de todo el mundo.
Porque el dolor no tiene pasaporte. Porque la dignidad no entiende de nacionalidades.
Han alzado su voz nombres como Zadie Smith, Annie Ernaux, Ian McEwan o Leïla Slimani, y con ellos nos sumamos miles más, para pedir lo más básico: un alto el fuego inmediato, la entrada sin restricciones de ayuda humanitaria, la liberación de rehenes y prisioneros, y el fin de esta barbarie.
Este no es un conflicto. Es una masacre. Y nombrarla como tal no es una exageración: es un deber moral. Porque, como ellos han escrito, llamar “genocidio” a lo que ocurre en Gaza no es un eslogan: es una responsabilidad política, jurídica y humana.
Esta semana han muerto tres niñas y cuatro mujeres intentando huir en un cayuco que naufragó frente a la isla de El Hierro. ¿A dónde huye quien no tiene refugio? ¿Qué mundo estamos construyendo cuando los niños son objetivos y los océanos se convierten en tumbas?
Nos duele el mundo. Y más aún cuando la compasión se convierte en delito y la denuncia en amenaza. Cuando defender la vida se castiga, y callar es la salida fácil para no perder privilegios.
Pero hay quienes no callan. Hay quienes desobedecen.
Desde este rincón del planeta —desde este mismo espacio que, hace apenas unos días, se llenó de esperanza durante los Premios Optimistas Comprometidos— quiero volver a alzar la voz. Porque la esperanza no es ingenuidad: es resistencia.
Quiero decir, alto y claro, que no hay justicia sin memoria, ni paz sin dignidad.
Y que si ser optimista hoy es creer que aún podemos cambiar algo, entonces el optimismo se ha vuelto revolucionario.
Frente al cinismo, frente al miedo, frente al odio: elijo la palabra.
Elijo la empatía.
Elijo la acción.
Por Hiba Abu Nada, la poetisa palestina asesinada por un misil mientras escribía sobre estrellas.
Por los más de 54.000 gazatíes asesinados.
Por los niños que ya no podrán soñar.
Por las madres que siguen cavando con las manos entre los escombros.
Por los periodistas silenciados. Por los médicos asesinados. Por los voluntarios que siguen, pese a todo, salvando vidas.
Por todos ellos, y por todos nosotros: no callaré.
Y si el futuro depende de quienes se atreven a hablar cuando otros callan, entonces que nos escuchen.
Que se escuche nuestra voz. Que no nos calle el miedo. Que no nos venza la costumbre.
Porque cada palabra cuenta.
Y cada silencio también.