Un fotógrafo enfrentado a sus emociones
Fotografía y Texto ALFONSO OHNUR
Conseguimos, por fin, que me soltaran los militares en la frontera, después de haber sido cogido ‘in fraganti’ cometiendo una de mis pequeñas imprudencias como fotógrafo. Captar el momento para mí siempre es lo primero y no pienso en las consecuencias, por eso, hice una foto a una especie de stand, en el que se podía leer en sus paredes de tela la palabra: Legión. Cuando lo vi me olvidé del mundo, de que me encontraba en Ucrania, que había una guerra y que los mercenarios estaban por todas partes.
Ni siquiera noté la presencia de los dos militares que, con casi dos metros de altura, terminarían cogiéndome cada uno por un brazo con la intención de llevarme a no sé dónde. Me llevaban prácticamente en volandas y mi reflejo fue abrazarme fuertemente a mi cámara, que es tan importante para mí como la propia vida.
Pasar del lado polaco al ucraniano nos costó horas de espera y contratiempos, hasta que conseguimos, gracias a la insistencia de Julia, que nos devolvieran el pasaporte y las credenciales de prensa. Mientras pasaba el tiempo, a través de las ventanas pudimos observar cómo llegaban hasta la frontera mujeres, ancianos y niños buscando refugio, un lugar donde protegerse de la violencia de la guerra.
Todos arrastraban sus pequeñas maletas y los más pequeños abrazaban sus muñecos en busca de esa protección que habían dejado atrás: sus padres, sus hermanos mayores, por razones obvias, no viajaban con ellos.
Recuerdo aún el frío congelándome las manos y haciendo muy difícil mi trabajo, pero siendo testigo directo de lo que allí sucedía, el frío era el menor de los problemas para mí. Y pensaba en esos niños, en esas mujeres y en esos ancianos que dejaron todo lo que había formado parte de sus vidas para huir de los bombardeos y llegar a Polonia casi con lo puesto.
Mi cabeza no paraba de darle vueltas a la situación, a cómo reflejar mejor la realidad de lo que estaba viviendo, mientras mi corazón se rompía por la tristeza del momento.
MIRADAS UCRANIANAS: PENA Y DESARRAIGO
La vulnerabilidad de estas personas, todas protagonistas de una huida hacia adelante, había ido dejando un poso de sufrimiento en sus miradas que fui captando, sin ser muy consciente en ese momento que lo hacía, hasta que después, en la edición de las fotografías, pude comprobar su padecimiento y la dignidad con la que aceptaban sus destinos.
Estas miradas ucranianas, con el brillo matizado por la pena y el desarraigo, contrastaban con las de algunos hombres que se habían desplazado hasta allí desde múltiples destinos: Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Australia y un largo etcétera, cuya mirada reflejaba el sueño de la guerra. Ellos eran ‘los mercenarios’.
Julia se acercó hasta un grupo de cuatro que estaban con sus mochilas en medio de la nada, esperando. Ni los quince grados bajo cero, que al resto de los humanos nos tenían ateridos, les hacía inmutarse. Y con una frialdad reptiliana nos recibieron. Tras un tanteo inicial, nos prohibieron hacerles fotos, pero accedieron a hablar con ella. Los mercenarios son los especialistas de la guerra. Allá donde salta un conflicto, están ellos. Varias preguntas sencillas, una pregunta complicada y se acabó lo que se daba: nos invitaron con la mirada a irnos. Y eso hicimos.
En todas las situaciones que te va poniendo la vida encuentras buenas y malas personas que te abruman con sus actos en las dos direcciones. La bondad y la maldad. No puedo ni quiero olvidar las buenas acciones de la gente, porque son las que de verdad cambian el rumbo de la historia.
En la frontera, que fue nuestro primer contacto con la guerra, los ríos de personas que cruzaban en dirección a Polonia dejaban a su paso consternación, dolor, pérdida, pero también esperanza. Eran un ejército de esperanzados que se encontraban con otro ejército: el de los voluntarios. Nunca antes, en toda mi vida, había sido testigo de una ebullición de bondad tan abrumadora con la que era posible calentar los corazones y las esperanzas de muchas de las personas que habían dejado atrás sus hogares, sus trabajos, sus estudios, para enfrentarse a un futuro incierto.
Los voluntarios, de día y de noche, porque el tránsito hacia la frontera polaca no tenía en cuenta horarios, esperaban animosos la llegada de cada una de las familias que entraban en territorio protegido. Un goteo incesante que era recibido con café, té o sopa para calentar los corazones y también los estómagos.
Horas, días de caminatas que parecían no terminar nunca, con poco que echarse a la boca y sin un grivna en los bolsillos. Desposeídos y tiritando llegaban los ucranianos a la aduana. Para alegrar la llegada de los más pequeños, los niños eran recibidos con pompas de jabón y música, chocolate caliente y bocadillos. Y agua y leche en polvo preparadas para llenar los biberones de los bebés que llegaban en sus carritos empujados por las manos amorosas de sus valientes y determinadas madres o abuelas.
UN FOTÓFRAFO ENFRENTADO A SUS EMOCIONES
Lo más difícil como fotógrafo fue plasmar esa difícil situación sin que me temblara el dedo del disparador y mantener la calma. A pesar de lo que vieras y oyeras, sin dejarte llevar por las emociones que, en ocasiones, eran difíciles de controlar.
Soy una persona emocional, con una sensibilidad muy por encima de la media. En situaciones normales, esta sensibilidad me ayuda mucho en la interpretación que hago de mi trabajo, pero en Ucrania actuó como un ‘handicap’. Una dificultad añadida que me empujó a crear un pequeño caparazón de insensibilidad para poder realizar mi tarea con éxito.
Lo más difícil fue fotografiar a los ancianos y los niños. Estos últimos con sus mofletes enrojecidos por el frío apretando con fuerza sus muñecos de apego, esos que les aportan seguridad y confianza para enfrentar esa vida que empieza.
Debo confesar que he llorado en Ucrania, que he pasado miedo y que también he sido valiente. Hemos sido valientes. La valentía está asociada al valor. Una persona es valiente cuando actúa con decisión y firmeza frente a sus miedos, inquietudes y dudas.
Es muy habitual asociar la valentía con los grandes actos heroicos, pero no debemos olvidar que la valentía también se demuestra en los pequeños actos y comportamientos cotidianos.
Vi valentía en los refugiados y también la vi en los actos de los voluntarios, de los compañeros fotógrafos y periodistas que estaban allí destacados. Entre todos, habíamos configurado una comunidad fraternal, un paraguas en el que todos eran bienvenidos para estar a cubierto.
Compartimos fotos, experiencias e información muy útil que nos ayudó a proseguir con nuestro trabajo. Aún se agolpan en mi cabeza las palabras de un compañero, corresponsal de una televisión: ‘¿Sabes cuándo nos iremos, Alfonso? Cuando lo que estamos haciendo aquí deje de dar dinero, entonces dejará de interesar y nos mandarán de vuelta a casa’.
Y así fue. La gran evasión ucraniana dejó de dar dinero y dejaron de apostar llevándose a los corresponsales a la redacción. La información se volvió más sesgada y menos fluida. Los ucranianos dejaron de tener tanta importancia y Europa y el mundo Occidental volcaron su mirada hacia otros terrenos que eran económicamente más rentables. Desde hace casi siete meses la mirada está clavada en Gaza.
Más de 30000 muertos, la mitad mujeres y niños. Hospitales bombardeados, edificios, escuelas. La hambruna que se ceba en una población que está aislada del mundo, donde los niños que han
logrado sobrevivir hacen columpios con troncos que han rescatado de no se sabe qué lugar. Ríen, se divierten, intentan que la vida no les abandone, que el futuro no sea un destino oscuro. Las sonrisas son las mejores aliadas de la guerra.
Y quiero terminar este artículo con la esperanza puesta en los demás. La fotografía de mi compañera, veterinaria frustrada, abrazada a ese gato huérfano ucraniano que fue rescatado de las calles de Leópolis. Esta imagen pone en el punto de mira a los animales, los otros damnificados y grandes olvidados de esta guerra.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR:
MI MEJOR DECISIÓN. Luca Lancini.