Premio Velázquez, uno de los pintores españoles más grandes del siglo XX y referente para varias generaciones de artistas, deja que le acompañemos en este paseo por su interior. Después de haber bebido de otras experiencias creativas, y ahora que el mundo se aleja de la pintura y va por otros derroteros, él vuelve a ella.
Por Julia Higueras. Fotografía: Álex Río
Un estudio que derrocha luz, mesas abarrotadas de pinceles coloreados, tempuras, trapos, caretas, fotos, montones de fotos tratadas, originales que no han pasado por el filtro del ordenador. Cuadros por todas partes, colgados, reposando en las paredes, por el suelo; unos acabados, otros esperando pacientemente su turno para que así sea porque, algunos de ellos, a decir de su creador, están terminados aunque su autor todavía no lo sepa. Este espacio silencioso, que bulle de energía creativa, se cuece bajo una gorra.
Una de las cosas que más me han llamado la atención de tu obra es la evolución que ha tenido, porque eres un receptor de todo lo nuevo que pasa y eso se nota en cada cuadro tuyo.
Eso se puede ver desde dos puntos de vista contradictorios; si, soy muy curioso de todo lo que ocurre, sobre todo en pintura pero por otro lado no sé ni encender un ordenador.
Bueno (contesto, y él se ríe…)
No utilizo el ordenador para nada, no tengo móvil…
No tener móvil es un lujo
(Risas) Pilar (se refiere a su mujer) es quien me comunica con el mundo y luego llevo 10 años trabajando con Juan Carlos Melero que me ayuda con el ordenador. Quiero decir con esto que tengo dos maneras de ser muy marcadas: una conservadora y otra progresista.
¿Y cómo conviven las dos dentro de ti?
Conviven muy bien. Pero ahora que voy teniendo mis años te haces más conservador y me da más pereza ponerme al día.
¿Sí?
Creo que es algo biológico, pero tú tienes razón cuando dices que he estado vivo.
Que estás vivo (le corrijo)
(Se ríe). Lucho a muerte con la pintura, por mantenerla. Hay que tener claro que hoy la pintura es una parte de las artes plásticas. el mundo que se ha abierto más allá es extensísimo y sigue creciendo.
He leído que te exiges tanto como cuando tenías 20 años y que exprimes el limón todos los días. ¿Eso agota?
Fíjate, creo que ahora soy más consciente de esta exigencia. Cuando tenía 20 años creía que lo sabía todo y fui un tipo joven progresista, radical, vanguardista,. Y creia que sabia más de lo que sabía, aunque en el fondo solo conocía el final del proceso y ni siquiera bien. Hay que conocer las conexiones de la vanguardia con el resto del proceso histórico, eso lo hace todo más complejo y rico; hoy conozco mejor ese campo.
La parte vanguardista lucha con la parte más conservadora. Estudias Derecho,piano;tu padre,castellano,sobrio, médico;tu madre sevillana,nada menos que de Triana, ¿esta mezcla interior te ha hecho sufrir?
Me ha hecho chirriante,dividido.
Porque ahora parece que conviven bien, aunque no siempre ha sido así.
Eso de que conviven bien… Aún no he conseguido la convivencia pacífica. Me considero más bien como un campo de batalla. Nunca he vivido una época en la que haya dicho ‘estoy en mi sitio, estoy tranquilo, he conquistado mi campo’. No soy ese tipo de persona. Es algo psíquico más que conceptual que tiene que ver con una personalidad ansiosa, muy perfeccionista, que quiere hacer siempre las cosas mejor y eso produce una gran pesadumbre porque nunca estás contento. Algunos días por la noche al salir del estudio,si he conseguido ver algo claro,si he hecho algún avance me produce una alegría profunda y serena pero son excepciones.
La verdad es que erigirse como juez de uno mismo es muy difícil.
Es muy complicado precisar lo que es bueno o malo, salirse de uno mismo y observarse. Sucede en todos los campos. Incluso cuando intentas verte como persona y te preguntas: ¿quién soy yo y qué calidad humana tengo? En el arte sería fantástico poder hacerlo, sería como tener un ministro de autoespías (se ríe).
‘Con 20 años creía que lo sabía todo, y fui un tipo joven muy progresista, radical, exigente, un vanguardista’
Sí, y lo mandas de misión.
Por favor, y que me cuente lo que ocurre aquí dentro (y señala su cabeza)… Puede que sea aún peor de lo que pienso.
No jorobes
Sí, esa sorpresa se puede dar también (dice, socarrón). Cuando uno tiene una personalidad tan crítica tiene una ventaja y es que te estás apretando el tornillo constantemente.
Y te obliga a crecer, a evolucionar.
Exactamente. Puede que esa sea quizás la causa de esta evolución mía tan cambiante y exigente. Si tuviera una personalidad satisfecha me habría quedado tan ricamente en los años 70 y puede que me hubiera ido mucho mejor.
Pues no te ha ido nada mal. Qué piensas cuando oyes esta frase: ‘Es un referente para varias generaciones de artistas’ o ‘Es uno de los pintores españoles más grandes del siglo XX’.
No pienses que me lo creo demasiado. Tengo que reconocer que me impresiona la cantidad de premios que me han dado. El Velázquez ha sido el que más me ha emocionado. El jurado es progresista y profesional y ahí ya no puedes pensar que se han equivocado. Los premios me acompañan, me refuerzan. Y algo que me llama mucho la atención es que siempre he tenido seguidores, desde el principio ha habido gente de otras generaciones que ha estado pendientes de mi trabajo y esto me ha fortalecido. En cambio en el extranjero mi proyección no es muy grande.
Quién sabe, en esto de la pintura…
(Se ríe) Otéiza tampoco tuvo fortuna en el extranjero. Aunque me apoyaría mucho tener un cierto reconocimiento internacional, de otra forma pienso que lo mío es un fenómeno regional, que mi obra es difícil de entender. Ahora soy más sensible a esas cosas que cuando era joven, antes pasaba mucho más.
Quizás es la necesidad por trascender.
Quizás. Me noto envidioso: ‘A ese le han dado un premio y a mí no…’. Y fíjate que durante toda mi vida me ha traído sin cuidado, hasta ahora.
¿Y hasta ahora por qué?
Porque soy más bobo. Uno con los años se hace tonto (nos reímos).
O más sensible
Cabe esa posibilidad, lo cierto es que son sentimientos irracionales, nada defendibles, estupideces que te vienen de las tripas y que no puedes aplacar. A veces pienso que si con esto sufro tanto, odiar debe ser espantoso, insufrible,y doy gracias por no haberlo experimentado ni espero experimentarlo jamás, claro.
Cuando le pregunto por su primera vez me contesta:
‘Fue un proceso lento hasta que me decidí’. Pero asegura que también se hubiera podido desarrollar con la música. ‘No se puede decir que en mi casa hubiera un ambiente claramente artístico; mi madre había estudiado piano pero se casó y no lo volvió a tocar, por ahí andaban las partituras de Beethoven. A mi padre sí le interesaba la música. Tenía un gramófono y muchos discos, y mi hermano, el que iba delante de mí, el primogénito, que era un tipo muy listo, sensible, muy adelantado, creía mucho en mí y me vino muy bien. Pero mi padre era médico y quería que fuéramos abogados del Estado, notarios, ni siquiera médicos, no, eso tampoco. Y no sé cómo empezó a venir una profesora de piano a casa. Éramos pequeños y nosotros no lo pedimos, pero llegaba, se sentaba y nos daba clase a todos’.
‘Mi progreso histórico es este, el mío personal y aunque pase al olvido me habré dado el gusto de ser consecuente con lo que siento’
¿Y qué tal se te daba tocar el piano?
Normalito, sin embargo era muy bueno improvisando y lo sigo siendo; por eso tuve la tentación de dedicarme a la música y creo que me habría desarrollado con ella igual que lo he hecho en la pintura. Pero no me arrepiento de no haber elegido la música porque la música culta contemporánea, que me interesa mucho, es un campo dificilísimo en todos los sentidos.
Los acontecimientos que han ido sucediendo en el mundo han influido y siguen influyendo de alguna manera en tu obra. Hoy vivimos uno de esos momentos delicadísimos.
Estoy muy al tanto de lo que ocurre, aunque no soy un tipo activo políticamente, nunca lo he sido.
¿Qué piensas sobre lo que está pasando?
Pobres hijos nuestros que van a ser las víctimas. Bueno, ya lo son. Precisamente acabo de leer un trabajo que ha hecho una de mis hijas -que estudia en Inglaterra- para un examen. Le han dado una serie de temas para elegir uno y que lo defienda. Curiosamente, el tema que ha desarrollado es ése, el de que las generaciones siguientes van a sufrir por culpa de nuestras incapacidades, de nuestros errores. No hemos sabido ordenar la vida ni la sociedad. Ha escrito un montón de páginas sobre este tema que, por cierto, me ha gustado mucho.
¿Cuántas hijas tienes?
Tengo dos, una de cada matrimonio. La de Inglaterra, Laura, que tiene 19 años y la mayor, Marta, que tiene 28 años y es arquitecto.
¿No tienes la impresión de que es una vuelta atrás?
De alguna manera el mundo va para adelante. Los países venimos del feudalismo, luego se hicieron los estados nacionales y ahora los estados internacionales, y esos son procesos sin vuelta atrás, son de mecánica histórica y estoy seguro de que, antes o después, se llegará a un gobierno mundial más justo. Y esto no va a depender ni de lo espiritual ni de lo moral, va a depender de una cierta mecánica, de cómo se vayan sucediendo los acontecimientos.
¿Y en qué estás ahora?
(Recupera la sonrisa). Estoy pintando más aunque sigo con los trabajos digitales y la foto. Creo que todo está relacionado. Pero últimamente quiero profundizar un poco más en la pintura.
Una vuelta al interior.
Sí, quiero volver a profundizar en ese lenguaje interior, en ese autoanálisis sensual a través de la pintura, que creo que es más mío.
Puede que te represente más a ti mismo, que esté más cerca de tu sentir.
Está más de acuerdo con mi proceso vital, de donde vengo, de cuáles son mis principios, mi generación, donde me he movido estéticamente. Pero hablando en general del mundo de la plástica se puede decir que el campo de las dos dimensiones puede estar pasando a la historia. No es que se cuestione la pintura es que se prescinde de ella.
¿Tú crees?
A nivel teórico prácticamente es así. La muerte de la pintura es una historia muy larga. Se ha muerto muchas veces y ha resucitado otras tantas, pero en esta ocasión veo que va más en serio.
¿Por qué?
Ha sucedido muchas veces y cada vez con mayor intensidad. Ahora vas a las bienales y a la Documenta y la pintura no existe.
‘Ahora miro mi obra con cariño, que no es tanto como decir que lo hago con admiración’
Están las performances
Sí, instalaciones, vídeos, aunque esto ya es incluso considerado como algo conservador.
Puede que estos artistas estén en un proceso de búsqueda para luego volver. Estamos viviendo un proceso de cambios tremendo y esto supongo que afecta a todos los ámbitos incluido el arte.
Evidentemente es un proceso de búsqueda y si miras el siglo XX te das cuenta de que en ese proceso de búsqueda muchas cosas se han roto, pero lo que ha estado en primera línea es lo que después construye realmente la historia del siglo.
¿Y qué es lo que hay más verdadero en ti?
No se trata de jugar al progreso histórico. Mi progreso histórico es este, el mío personal y aunque pase al olvido por lo menos me habré dado el gusto de ser muy consecuente con lo que siento. Pienso que es un argumento lo suficientemente poderoso. Yo siempre he creído en ese progreso que es en el fondo el de las vanguardias. Pero hay un momento en el que hay que elegir, ya sea por incapacidad, incomodidad o por tener suficientes ideas propias: hay que elegir entre ese progreso o el propio progreso.
Pero tu pintura es conservadora sólo hasta cierto punto. Juegas, construyes, fotografías, vas viendo…
Yo dentro de la pintura, de la pintura pintada, me considero renovador. No es ese el problema: el problema es la pintura frente al resto de las artes visuales. Yo he empleado, desde los setenta, la foto y todo tipo de posibilidades de transformación mecánica. Ahora también utilizo el ordenador.
¿Te consideras buen fotógrafo?
De técnicas o/y muy malo (se ríe). La llegada de las máquinas digitales ha sido todo un descubrimiento, después te metes en el photoshop y lo arreglas. Disfruto con lo que sale en la pantalla, tiene luz y vida, es como una droga. Y sí, hago fotos que están bien y las expongo. He participado en exposiciones y en libros de fotografía española porque ya no se trata de hacer la foto en blanco y negro, de tener la iluminación perfecta, el encuadre perfecto, se trata más bien de pintar con la cámara. Este es un campo de la fotografía en la que no hace falta ser un fotógrafo técnicamente bueno, de todas maneras a fuerza de hacer muchas fotos algo se aprende, por lo menos a captar esas casualidades que de pronto te atraen y le das al clic y las capturas. A mí me gusta mucho hacerlo aunque, paradójica- mente, en casi medio siglo no haya conseguido saber las bases de cómo funciona una cámara de fotos. Sí he aprendido en cambio a desarrollar el instinto, que te defiende de la foto hecha con un trípode. Iluminas varias veces y una seguro que sale bien . Al fin y al cabo es una máquina y quien la hace diferente es la persona que la utiliza.
¿Y el derecho de autor?
He estado muy implicado en el derecho de autor. Fui el primer presidente de VEGAP (Visual Entidad de Gestión de Artistas Plásticos), volvía ser los años más tarde y ahora formo parte del Consejo. VEGAP ha crecido de una manera tremenda. Recuerdo que los 10 primeros años fueron muy difíciles: el Ministerio de Cultura, que fue el que nos creó, nos prometía un dinero que no llegaba nunca. Costó mucho salir pero hoy VEGAP tiene una salud de hierro.
¿Y qué piensas del copyleft?
Todo el mundo chupa de Internet, todo es gratuito. Sería fantástico si nos dejaran entrar gratis en el cine, a los conciertos, que fuéramos a las librerías y cogiéramos los libros que nos diera la gana. Estaría muy bien, sí, sería fantástico pero es completamente irreal, impensable, como ir al mercado a por lechugas o tomates y que te los dieran gratis, o la hipoteca. Si la gente no cobra de la venta no tiene nada y el derecho de autor está justificadísimo. En la red tiene que haber un pago, porque si esto no es así no se puede vivir, no se puede seguir creando. Estoy convencido que el debate se solucionará. En EEUU y en Francia hay una nueva ley que se va a ir aplicando poco a poco¼ Es un mundo nuevo, revolucionario, en donde entra todo el mundo y es muy difícil de controlar. Fíjate en los pederastas de la red, es un mundo de una amplitud grotesca. Nunca somos conscientes de las grandes revoluciones y ahora estamos pasando por un proceso revolucionario digital, asombroso.
Sí, hemos evolucionado mucho tecnológicamente, pero socialmente…
Moralmente, poco. Es un hecho.
¿Y a dónde nos va a conducir?
El capitalismo está pasando por una fase muy discutible y peligrosa. Tiene el poder radical y no hay quien lo controle.
Cuando estás triste parece que lees el Libro del desasosiego de Pessoa.
Sí, nunca se puede ser tan triste como Pessoa, es un hombre tan deprimido que a su lado te sientes eufórico y piensas: mira, éste está peor que yo. Es un libro que tengo siempre a mano.
Un cuadro tuyo, así, rápido.
Es muy difícil; yo siempre he dicho que prefiero mi proceso general a señalar cuadros concretos. De todas maneras hay algunos que han sido señalados especialmente por la crítica, por ejemplo Las Situaciones Meándricas espe- cialmente la tercera; también la serie sobre Peter Sellers especialmente el tríptico Pay- seyes, etc, etc. hay muchos.
¿Cuando ves tu obra te sientes satisfecho?
Le tengo cierto cariño. Antes no creas tú que se lo tenía, más bien todo lo contrario. Ahora le tengo cariño, que no es tanto como decir que la miro con admiración, es como si los cuadros fueran como nietos, gatitos o perritos (se ríe). Y se lo tengo a los buenos cuadros como a los malos, a este nivel de sentimentalismo los quieres a todos, a los malos incluso más, pobrecitos que salieron feos.
Pionero en el diseño gráfico en un país lleno de talento que está más acostumbrado a importarlo que a exportarlo, referente internacional en un mundo de símbolos cargados de mensajes, sigue pensando que su vocación (Premio Nacional de Diseño 2010) está muy ligada a seguir trabajando para la marca España. Mariné padre se deja retratar por Mariné hijo en su estudio, un lugar virgen, protegido por el artista de la curiosidad de otros ojos que no sean los de sus amigos. Esta es una sesión fotográfica intimista y única.
Por JULIA HIGUERAS. Fotografía: PABLO MARINÉ
Entre tímido, pudoroso y retraído me espera Óscar Mariné (Madrid, 1950) sentado en una de las sillas de la sala de juntas de su estudio madrileño, un estancia que huele diferente, un lugar apacible y soleado donde el diseño gráfico y los sueños conviven en maravillosa armonía. Sólo hay que echar una ojeada a cualquiera de sus esquinas para verlo. Por un lado, y encima de un mueble metálico pegado a la pared, reposan los carteles de una de las películas de Pedro Almodóvar, Todo sobre mi madre, y a la izquierda de estos hay ejemplares de la revista Yvory y cómo no, también de Madrid me Mata, revista- icono de una época- por la que Óscar luchó hasta donde pudo y a la que le debe mucho a pesar de haber sido él quien le diera, bastante tiempo atrás, la vida misma. No sé cuánto llevo mirando embelesada las paredes, pero el encuentro con sus ojos de hombre bueno y honrado me dicen que un poco más de la cuenta. Y dejo mi curiosidad por los objetos para adentrarme con curiosidad también en el artista que tengo frente a mí.
Camisa negra, pantalón negro, zapatos negros, gafas de pasta negra, pelo moreno salpicado de plata, todo parece muy oscuro en él menos su sonrisa de porcelana blanca. ‘Estoy asustado, me da vergüenza que me pongas la grabadora –me dice–. No me considero nada importante, a mí me gusta hablar a través de mi trabajo y no tengo muy claro que un diseñador gráfico tenga que ser una persona pública’. Dicho esto, me lanza una sonrisa franca, sincera, cruza las manos encima de la mesa dispuesto a responder a toda una batería de preguntas, las que sean, y su actitud junto a mi insistencia por entrevistarle me llevan a pensar que su pudor no es para nada una pose, sino que tiene mucho de verdad, como su obra.
Ahora entiendo el motivo de no haber encontrado ninguna entrevista tuya en Internet, solo algunas declaraciones con motivo de algún premio, ¿por qué?
Porque lo importante es lo que hago, mi trabajo. Soy el que tiene la idea y sabe cómo contarla, me expreso a través de ella. Normalmente, suelo hablar en medios más específicos que tienen que ver con mi profesión y lo hago para trasmitir mi experiencia y mi forma de trabajar, pero en este caso estoy encantado de contártelo a ti.
Hace mucho tiempo que conozco tu trabajo. Cuando empezaba a hacer mis primeros pinitos como periodista tú ya eras un diseñador reconocido fuera de España, y siempre pensaba: ¿cómo Óscar derivó hasta aquí? Todos tenemos un momento en la vida que es fundamental, que te empuja a ser lo que eres, ¿cuál es el tuyo?
Me había movido en varios sectores. Dudé mucho sobre lo que quería estudiar y no encontraba ninguna profesión que realmente me gustara. Estuve tentado a ser arquitecto, coqueteé con el cine, me interesó mucho la fotografía –soy hijo de un director de fotografía- y aprendí a fijarme en las cosas mirando a través del visor de una cámara, bien de cine o de fotografía, pero siempre he sido espectador. Luego estuve una época trabajando de periodista, hice un poco de todo, recorrí todos los sectores y me di cuenta de que tenía una gran capacidad para ser un buen comunicador, que en el fondo no era otra cosa que una mezcla de todo eso por lo que había transitado y dentro del mundo de la comunicación acabé agarrándome al diseño gráfico que era una profesión muy nueva.
A partir de los 20 años, vivió más fuera que dentro de España, y veía el resultado de una profesión que, prácticamente, en nuestro país no existía: ‘Me empezó a atraer, me gustó mucho y comencé a acercarme a ella estudiando, buscando textos, fue una especie de iniciación y no conocía a nadie a mi alrededor que pudiera ayudarme. Fue una pequeña o larga búsqueda, depende de cómo se mire. Tardé ocho o 10 años en lanzarme a hacer la revista Madrid me mata y es ahí cuando comenzaron a componerse las cosas. Y así empecé a trabajar. Como nadie me iba a contratar, pensé en ser yo mi propio cliente’.
Lo primero que hiciste fue una empresa en las que diseñaba camisetas…
Sí, hice cosas tan sencillas como esa. Fue mi primer negocio (sonríe), a partir de ese momento conocí lo que eran los procesos mecánicos, la serigrafía, las técnicas de impresión, que es una forma magnífica de aprender esta profesión y luego haciendo una revista en la que el editor era un director gráfico, algo muy novedoso en aquella época. Moncho Alpuente era mi compañero de aventuras, firmaba como artista invitado, decidíamos muchos temas juntos, pero quien realmente tiraba de la revista era yo. En esa época conocí a mucha gente importante que me iba a acompañar a lo largo de mi vida profesional, entre ellos al fotógrafo Jordi Socías. La fotografía, la gráfica, toda la parte de imagen, era el motor del proyecto. Todo esto se fue consolidando y acabé teniendo un cliente, dos clientes, tres clientes y poco a poco fuimos creciendo.
Ay, Madrid me mata… de verdad. (Se ríe)
Madrid me mata ha sido como una constante en mi vida, y sigo pensando muchas cosas que pensaba en aquel momento, como son afrontar los retos de frente e intentar hacer cosas que eran difíciles, pero no imposibles. Era una revista ambiciosa porque quería cambiar muchas cosas y a mí me sirvió mucho en mi carrera. De hecho, una de las personas más importantes dentro de mi profesión, y que fue determinante en mi carrera, fue Tibor Kalman. La conocí a través de la revista. Era un importantísimo diseñador cuyo trabajo me empujó a dedicarme al diseño; si me decidí por esta profesión, fue por él. Años después, él vio la revista y se interesó por mi trabajo, quiso conocerme y me abrió las puertas de Nueva York. Lo recuerdo como algo increíble.
Ya solo por eso mereció la pena.
Claro, pero no solo eso. Lo verdaderamente importante han sido los muchos amigos que he hecho durante el tiempo que duró la revista y que todavía me acompañan. Para mí , menos un gran negocio, Madrid me mata lo ha sido todo. La verdad es que mi trabajo lo sigo viendo como una aventura y sigo planteándomelo de forma muy parecida a como era al principio, haciendo cosas que me gustan y en las que creo.
A Óscar Mariné, el nombre de Madrid me mata le parece que fue todo un hallazgo, toda una declaración de amor a una ciudad llena de matices que nunca ha sido vanguardista en el mundo del diseño, su mundo, pero al que ha estado unida y a pesar de trabajar mucho fuera nunca ha roto el hilo. ‘He ido y he vuelto. Mi vocación está muy ligada a España que es un país que necesita de una marca. Tiene que buscar su oportunidad de saber cómo venderse. Antes se pensaba que lo de encontrar una marca estaba muy ligado a la publicidad, sin embargo no es solo un tema de una campaña sino de símbolos e imágenes. Las marcas y los símbolos españoles tienen que ser de primera’.
Tú has potenciado siempre los símbolos de este país…
Es el eje de nuestro trabajo, pero la sociedad lo confunde: no sabe diferenciar entre lo que es la publicidad, lo que es la gráfica, lo que es una marca. La buena comunicación está en saber extraer la esencia y las marcas españolas no han sabido hacerlo, tienen que ser buenas y no lo son.
¿Por qué?
Porque España es un país muy joven en el mundo de la comunicación y está más acostumbrado a importar que a vender producto.
Y a ti esto no te parece bien.
No lo critico, lo expongo porque creo que es así. Somos un país muy joven, que hace nada era totalmente rural, poco industrializado, donde todo se basaba en experiencias familiares o de grupos. No tenemos tradición de grandes marcas, ni siquiera nuestras grandes multinacionales tienen una marca que compita en el exterior. Sin embargo, los anglosajones llevan haciéndolo 200 o 300 años. Cuando ves una película del oeste, si te fijas, cada uno de los frontales de las tiendas tiene un rótulo más convincente y sugerente que el otro. Y cuando ves una película de España del siglo XIX esa cultura es prácticamente nula… Si comparamos cómo se ha vendido la cultura anglosajona o la francesa nos damos cuenta enseguida de que a nosotros nos queda ese tramo por hacer.
Supongo que es cuestión de personalidad, de forma de ser.
Sí, fuera la gente nos quiere mucho. Siempre que viajo me doy cuenta de que a los españoles se nos ve como personas con mucha energía, mucha fuerza, convincentes y muy creativos. Todo el mundo está esperando a que movamos ficha. Antes había dificultades para trabajar fuera de España; ahora lo más difícil es trabajar dentro.
¿Qué quieres decir?
Pues que me noto cuestionado en Andalucía por ponerte un ejemplo, o en Barcelona. Todo el tema de los nacionalismos ha hecho mucho daño a este país, nos peleamos unos con otros como si fuéramos equipos de fútbol, cuando lo importante es que estuviéramos todos juntos, que trabajáramos como la selección española, porque está claro que la selección española juega mejor que el equipo local, ¿no? Creo que a la hora de construir nuestros símbolos también es importante que quienes los hagan estén jugando en la selección española y que cuando haya una oportunidad de comunicar alguno de los grandes hallazgos de la cultura española se haga en primera división, lo contrario, nos empobrece. Mira, yo con 20 años tenía solucionado el tema de los nacionalismos y me lancé al mundo y siempre he funcionado perfectamente. Cuando vuelvo a España esto me llama muchísimo la atención, que estemos pegándonos los del pueblo de arriba con los del pueblo de abajo. Este tipo de confrontación a mí me produce hasta una sonrisa.
Al hilo de lo que cuentas, ¿cómo ves la situación que vivimos en este momento?
La situación es confusa, creo que hay que elegir muy bien a tus amigos, a tus compañeros de viaje porque lo que está pasando es terriblemente difícil de entender. Si echas la vista atrás, es una de las situaciones más confusas que recuerdo. Pero, bueno, de las situaciones complicadas salen los grandes proyectos, los grandes amores…
Lo que está claro es que el ser humano es extraño.
Toda esta aventura de codicia, todo esto que está pasando es simplemente porque no somos buenos; menos mal que viene el Papa a vernos para que podamos confesarnos y nos perdone lo malos que somos. Es curioso que las épocas en las que hay más dinero sean las peores. Todo lo que está pasando tiene su origen en que ha sobrado el dinero, en la especulación masiva; no hacía falta trabajar, ¿para qué? Con cobrarle al de al lado un poco más de lo que te habían cobrado a ti por cualquier cosa, bastaba. Esta situación ha durado mucho tiempo, hemos vivido muchos años de una manera muy poco ortodoxa y ahora estamos viendo el resultado de todo aquello. Si tengo que decir la verdad, prefiero estos tiempos, los de ahora, con su crisis, que los que he pasado. Hoy con menos dinero soy más feliz que antes; además, veo que tenemos que ir hacia arriba porque ya no podemos ir más abajo. Y esto me da muchas esperanzas y me hace compartir mi vida con gente estupenda, la gente con la que tenía que relacionarme antes, por los tiempos que corrían, no lo eran.
La cultura del mínimo esfuerzo.
Sí, también están los que se esforzaban y se han esforzado siempre. Ha habido gente que ha hecho su trabajo bien en todos los ámbitos, es la gente que entiende que hay que tomar una postura, que se comporta conforme a sus creencias y, pase lo que pase, funciona. De otro modo, si esto no hubiese sido así, el mundo se hubiera quemado hace mucho tiempo.
Ni la maldad ni la bondad son nunca completas.
No, están los claroscuros. Todos tenemos nuestro lado oscuro, pero en unos es mucho mayor que en otros. Lo importante es que la vida continúa y en los momentos difíciles hay que pararse a coger un poco más de aire y no desesperar, también hay más recompensas. Cuando las cosas son más difíciles, conseguir avanzar te hace sentirte más orgulloso de ti mismo.
Es verdad.
Tocar tierra hace que me sienta más ser humano. Tampoco me preocupa mucho el dinero, no soy una persona ambiciosa. Sí me preocupa poder hacer lo que quiero aunque solo me dé para sobrevivir, con esto me es más que suficiente. Poder pintar, reflexionar, porque detrás de mí trabajo hay mucha reflexión, no sé si mi trabajo será o no importante, pero a mí me gusta planteármelo como si lo fuera y cada vez que hago algún proyecto sé que lo va a ver mucha gente. Recuerdo, cuando estuve diseñando Babelia para el periódico El País, que pensaba en los miles de personas que iban a recibir la información, que en este caso era cultural, y en lo que mi trabajo iba a suponer para estos lectores, en la forma como yo planteaba el ritmo de las palabras, las interlíneas, como iba a estar contada toda la información que allí se iba a volcar, de alguna forma iba a fomentar el amor por lo gráfico, por la letra, por lo que estaba escrito, y para mí era una gran responsabilidad. Igual sucede con un cartel de un concierto, o cuando hago el cartel de una película, una campaña social o una exposición. Todo eso se va quedando, el tiempo pasa y lo recuerdas porque forma parte de tu vida, de tus experiencias…
Eres Premio Nacional de Diseño 2010. Esta es otra experiencia más para añadir.
(Sonríe).Me pareció increíble porque he hecho mi carrera fuera de las instituciones, no soy un diseñador muy oficial, que digamos… Sí es cierto que llevo mucho tiempo trabajando y supongo que mi trabajo ha ido cristalizando. Lo que en un principio era una carrera tan periférica, se ha ido oficializando, al final la gente te va conociendo, por insistencia, creo yo, o por pesadez. El premio es una de esas pequeñas gotas que te empujan a seguir. Estoy muy contento.
Y añade: ‘Mi casa es mi mundo, sí, pero lo único que pretendo es compartir, aprender, escuchar; espero otras voces. Esta profesión es una elección particular y en mi caso, me ha costado tanto tiempo y tanto camino aprenderla que ahora tengo muchas ganas de compartir mis conocimientos, para que los que vengan detrás no tarden tanto en llegar hasta donde he llegado yo…’
He oído que te llaman espíritu ‘net’ (persona abocada al estudio y labor espiritual que presta poco interés por las actividades deportivas), supongo que lo sabes.
(Carcajada socarrona). Cuando digo que mi casa es mi mundo es cierto; vivo rodeado de libros, discos y es el sitio donde más feliz soy. He tenido que estudiar tanto… Todos los días de mi vida veo una película, todos los días de mi vida oigo música y eso significa que tengo muchos libros, una especie de biblioteca y muchos discos; soy un hombre muy casero.
Ahora en tu profesión, como en otras cuantas,hay mucho intrusismo.
La de diseñador es una profesión en la que tienes que nutrirte mucho. Los arquitectos acaban la carrera con 22 años y ya está, son arquitectos toda su vida. Nosotros no somos nada, menos aún en esta generación en la que nadie tiene un título y cualquiera puede autodenominarse diseñador. Tenemos un 99% de intrusismo.
El día en que las cosas no han ido muy bien en el trabajo, llegas a tu casa y te metes en tu rincón. Dime, ¿qué música pones en ese momento?
Soy muy actual, me gusta la música que hace la gente joven. Tengo mis preferencias pero estoy muy cercano a la pulsión juvenil. La música es un arte donde la gente entra muy joven y lo hace muy bien, mucho más en los países anglosajones porque todos aprenden a tocar un instrumento en el colegio. Yo pertenezco a una generación de músicos extraordinarios; he tenido la oportunidad de crecer con Jimie Hendrix, Janis Joplin o Bob Dylan y es imposible compararla con ninguna otra. Sin embargo no me gusta quedarme anclado en aquella generación, me gusta estar al día de lo que se hace ahora. Eso me ayuda mucho a trabajar, a levantarme y a pensar que cada día hay que hacer algo nuevo. Me cuesta refugiarme en Mozart y prefiero escuchar a gente que tiene la osadía y el arrojo de los 20 años, que lucha por hacer las cosas bien y conseguirlo tan temprano es muy difícil. También me gustan la pintura, la fotografía, el arte y seguir a esa gente que irrumpe con su juventud, con fuerza. Estudiar, vigilar esos movimientos forma parte de mi trabajo y es mi responsabilidad saber lo que se está cociendo en el mundo.
De todo lo que has hecho, que es mucho y muy amplio, hay algún trabajo que te haya llegado más, que te haya hecho sentir mejor contigo mismo.
Hago todo mis trabajos con el mismo amor y los quiero a todos igual. Tengo una especie de respeto por todos los trabajos que me han encargado y que empieza en la persona que me ha elegido para hacerlo. Lo más difícil de mi profesión es que alguien confíe en lo que haces para que le soluciones un problema, de ahí mi entrega, mis ganas de ser socialmente útil, económicamente útil, sostenible, que lo que hago sirva para algo.
Y que llegue.
Sí, que le llegue a la gente. Me gusta que los que se vayan apuntando a esta profesión también se sientan motivados, desafiados con este trabajo, que produzca movimiento, unas veces bueno, otras malo, pero que no pase nunca desapercibido.
Has perdido alguna vez la ilusión.
No (rotundo). Nunca he perdido la ilusión. Seguramente, que me costara tanto trabajo tener un cliente, ha potenciado mi ilusión por seguir trabajando y trabajando. Cuando veo que la gente se desespera tanto porque a los 25 años no pueden pagar la letra del piso, sonrío. Yo, las letras del piso las empecé a pagar muy mayor, he vivido de otra forma, tenía muy claro que este era un trabajo que me iba a exigir una vida bohemia y he compartido casa con amigos… Lo he pasado muy bien y con muy poco dinero, pero tenía claro que si quería trabajar en esto debía pasar por esa etapa. Lo que me costó más fue expresar lo que yo quería como yo quería, que la gente creyese en mí, que no me cambiase las cosas, todo eso me costó tanto esfuerzo que ahora mismo siento como si estuviera empezando.
Óscar se levanta y cierra el ventanal que da a la calle Barquillo. Enfrente hay un parque y como él mismo apunta, parece un barrio de principios del siglo XX. Hay abuelos sentados en los bancos de piedra que dedican su mañana a ver a la gente pasar, a encontrarle el pulso a la vida que por esta zona pasa más lentamente que en el resto de este Madrid que mata. ‘Soy una persona tolerante –continúa-, más bien diría que me gusta mucho trabajar en equipo porque en esta carrera se requieren constantes diálogos, otras miradas para conseguir un producto útil y también bello, porque la belleza no es ningún pecado’. •