
ISABEL LÓPEZ-RIVADULLA SÁNDEZ Directora de Comunicación y Marketing en la Fundación Signus Ecovalor
Escribo estas líneas sintiéndome un poco extraña, en una hora tengo que ir al Centro de Salud a hacerme la prueba de lo que estoy segura que me confirmará que tengo Covid-19. Hace dos días me levanté a desayunar y al tomarme el primer sorbo de mi café, el sabor era completamente insípido. Corro a ver si el olfato también me ha abandonado pero no, el olor de mi colonia que me lleva acompañando años sigue ahí, intacto, con lo que quizás es un poco de catarro. Es domingo y llega la hora de comer, tampoco me sabe a nada la comida y decido llamar al teléfono Covid-19 que está activo los siete días de la semana las 24 horas del día y me dicen que me aísle. Parece que en esta recta final de la pandemia, no me he librado. Aunque me encuentro más o menos bien, mientras escucho el recital de medidas de prevención e higiene, me entran ganas de llorar, no por miedo sino porque algo que llevo tiempo escuchando en la televisión, la radio y los periódicos, algo que veía un poco ajeno a mí, se ha convertido en mi realidad como en la de millones de personas en todo el mundo.
Hoy me he levantado y mientras leo las noticias sobre las vacunas, las leo desde otra perspectiva, desde la perspectiva de que antes tendré que padecerlo, aunque por el momento es leve y no tengo queja. Un poco de dolor de cabeza y dolor muscular pero puedo seguir trabajando y haciendo vida casera. ¡Cómo han cambiado nuestras vidas!
Poco a poco hemos aprendido a convivir con esta situación tan impensable fuera de las películas, con protocolos, normas, restricciones, etc. creo que debemos darnos un gran aplauso como sociedad. Voy a dejar al margen a los que son la excepción y se saltan las normas y no son so-lidarios porque la inmensa mayoría hemos demostrado ser civilizados y saber vivir en comunidad.
Vemos ya la luz ahí, al final de este largo túnel en el que llevamos más de un año metidos, en el que hemos dejado de abrazar, de besar, de hablarnos cara a cara a los que más queremos. Cuando vemos una pe-lícula o imágenes de hace tan solo un par de años, se nos hace raro ver a personas que se tocan o que se hablan alarmantemente cerca y esto me hace pensar si recuperaremos las viejas costumbres.
Creo que algunas se han ido para no volver, por ejemplo dar dos besos en una reunión de trabajo y si lo pensamos detenidamente este cambio no va a estar mal seguro que unos años nos echamos las manos a la cabeza pensándolo. Qué besucones somos los españoles. Ahora todos esos besos los tenemos en la mochila esperando a ser repartidos entre todas las personas que queremos y seguro que cada uno de ellos tiene una etiqueta con un nombre.
Vivimos tiempos extraños, pero ha sido un tiempo que nos ha permitido parar, pensar para avanzar para vivir la vida de otro modo, para recons-truir nuestra vidas, nuestra ciudades, nuestras relaciones de otro modo, de un modo seguro, y mucho más sostenible.