A los 11 meses cogió su primer violín. A los 18 años se convierte en el primer solista del s.XXI que debuta a esta edad con el gran repertorio de Paganini en la sala principal del prestigioso teatro Carnegie Hall de Nueva York. El mundo a sus pies.
Por JULIA HIGUERAS Fotografía SIMONE GILGES
Ha habido dos momentos fundamentales en su vida: el día que su padre le acercó el violín al que llevaba señalando semanas con su dedo anular, rechoncho, de bebé de 11 meses y el 24 de abril de este año, recién cumplida la mayoría de edad, donde debuta como solista interpretando el Concierto para violín y orquesta en Re Mayor Nº1, Op.6, de Paganini, en la sala principal del Carnegie Hall de Nueva York. El teatro más prestigioso del mundo para un músico y una de las obras más sofisticadas de la música romántica y de más difícil ejecución. Era el sueño del chico del violín, como le llaman sus profesores. Antes de empezar a tocar ya había conectado con el público y cuando su violín, Nicolo Amati de 1660, comenzó a gemir, todos nos perdimos en el tiempo. Al terminar su actuación, mientras los aplausos estallaban en generosa gratitud, vino a mi memoria una frase del compositor austriaco Franz Liszt: ‘La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor, sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso’.
Ha pasado un mes y nos encontramos de nuevo en la cafetería del Schlosshotel Alma Berlín donde nos alojamos, un antiguo palacio conocido como el Palais Pannwitz, situado en el exclusivo distrito de Grunewald, donde repito la experiencia de oírle tocar – esta vez en exclusiva- en uno de los salones del restaurante Gourmet Vivaldi del hotel con más alma de Berlín.
Qué te sugieren estas dos palabras: Carnegie Hall.
Música, un lugar mágico por donde han pasado los más grandes, un sueño cumplido que me obliga a superarme … Hasta que no estuve encima del escenario no me creí que lo que estaba pasando era de verdad.
18 años recién cumplidos, esperando en el camerino la llamada para salir a tocar. Llaman a la puerta. ¿Te pones nervioso?
¿Nervioso? No, en absoluto, recuerdo que pensé: ¡ya era hora! Éste es mi momento. A lo que tenía miedo era a que no me dejaran tocar. En este teatro han tocado todos a los que me quería parecer cuando era pequeño y empezaba a tocar el violín: Izthak Perlman, David Oistrakh, Jascha Heifetz…
A ti no te impone la sala donde vas a tocar, no te impone el público que va a ver a gente tan buena.
Lo veo de otra forma. Disfruto cuando toco para alguien, para un público. Disfruto más que tocando solo. Es lo que me gusta hacer, no me pongo nada nervioso. Lo vivo, el público me llena.
¿Y cuando acabas? Se termina ese momento maravilloso que seguro que a ti te pareció cortísimo.
(Se ríe). Sí, tengo la sensación de que duró muy poco. Se me pasa tan rápido que es como si hubiesen transcurrido cinco minutos.
Y cuando todo ese público entendido se pone en pie y vuelve a reclamar tu presencia en el escenario una segunda vez….
En ese momento siento que he hecho un buen trabajo, que he cumplido un sueño.
Te preguntaste, en ese instante, quiero que lo siguiente sea…
Sí, sí , eso fue exactamente lo que pensé: ‘Quiero que lo siguiente que me pase sea volver a tocar en el Carnegie y en los sitios más importantes del mundo’.
Entonces, se cierra el telón, te vas, ¿y qué pasa?
(Carcajada).Que no me acuerdo prácticamente de nada. Fue como un suspiro, se me quedó la mente en blanco. Después nos invitaron a mi familia y a mí a una fiesta que daban en un yate y celebramos todo lo que había sucedido. Lo pasamos muy bien, lo disfrutamos muchísimo.
¿Cuál va a ser el siguiente paso?
La gente dice que después del Carnegie, el cielo. Es el teatro más importante del mundo para un músico. Y ahora lo que tengo que hacer es mantenerme, trabajar mucho, como siempre, y seguir en la misma línea.
¿Cómo te ves en un futuro?
Imaginarme me imagino muchas cosas, pero el futuro está todavía por venir… Lo que sí me gustaría es consolidarme como solista internacional, ser el mejor del mundo. No me gusta hacer comparaciones, porque no es el caso, pero Itzhak Perlman, ese es mi sueño.
¿Te ves viviendo fuera de España?
Ahora vivo a caballo entre Córdoba y Madrid y me encanta viajar pero la verdad es que soy muy de mi tierra. Estoy apegado a mi gente, a mis afectos, mi ciudad. No me importaría pasar temporadas cortas fuera pero creo que siempre necesitaré volver a ‘casa’.
Almorzamos en el restaurante Le Jardin, donde este precioso palacio berlinés se abre a la naturaleza. Más que un jardín parece una pequeña arboleda que ahora está en flor. Y es que estamos situados dentro del impresionante bosque de Grunewald. En la mesa, una deliciosa selección de platos mediterráneos, perfectamente escogidos, que el cocinero ha ido intercalando con pequeñas degustaciones de cocina alemana tradicional. No es el Carnegie Hall pero tampoco se aleja mucho del cielo, digo, y nos reímos: ‘Es un sitio perfecto para descansar – comenta Paco, entusiasmado por la primavera de Berlín-, después de tanto ajetreo que llevo; estar aquí lo vivo como un regalo’. Es la primera vez en mucho tiempo que Paco viaja sin tener que trabajar. Un fin de semana para descansar y disfrutar de ‘otro escenario’. Y el marco es inmejorable. El palacio donde estamos fue construido en 1912 como residencia del Dr. Walter von Pannwitz, hombre de confianza del Kaiser Guillermo. Se conserva el estilo de aquella época en todo su esplendor, un privilegio al que hay que sumar el personal trabajo realizado por Karl Lagerfeld, y la exquisita y reciente actualización de sus instalaciones.
Antes de llegar a este momento de relajación relativa ha habido muchos años de esfuerzo y dedicación. Me contaba su padre, con quien comparte nombre y oficio, que empezó muy pequeño a tocar el violín. Con once meses se pasó semanas señalando un violín que había en el salón, en lo alto de un piano. Se lo había comprado a su hija mayor con la ilusión de que lo tocara algún día, pero pasó desapercibido hasta que el pequeño Paco lo vio. Insistió tanto que un día, con todo el dolor de su corazón, cogió el instrumento y se lo dio al niño pensando que lo estrellaría inmediatamente después contra el suelo. Pues no. Paco lo agarró y se lo colocó perfectamente en el cuello y así empezó esta historia de enamoramiento entre un niño y su violín.
¿Te acuerdas?’, le pregunto. ‘No, de ese momento no me acuerdo, pero sí que recuerdo el violín como si fuera un juego, nunca como un trabajo. Estaba deseando volver del colegio para tocar, lo pasaba muy bien. Le dedico psicológicamente muchas horas, pero sólo estudio a diario tres o cuatro y descanso una vez a la semana’. Le gusta ir al campo y a la playa en verano, juega al tenis, al fútbol. ‘En realidad -dice- hago lo que hacen todos mis amigos, soy un chico completamente normal. Privilegiado en algunos aspectos porque a mi edad he podido viajar gracias al violín, y también gracias a él puedo expresar lo que tengo dentro de mí y compartirlo con los demás. Mis padres han sido fundamentales en mi trayectoria. Sin su fuerza, valentía, coraje; sin su esfuerzo, porque somos una familia normal de Córdoba, sin su confianza, nada de lo que me ha sucedido hasta ahora habría pasado. Si alguien ha creído en mí de verdad, ése ha sido mi padre.
Te acompaña a todas partes.
Sí, me ha acompañado a todos los sitios, a las clases, a los conciertos. Es como mi maleta, siempre voy con él (se ríe).
Cuánto esfuerzo.
Los malos ratos se olvidan rápidamente.
Con dieciséis años acaba la especialidad de violín, con 18 todas las asignaturas complementarias. El 12 de mayo celebró su graduación por todo lo alto.
El Carnegie Hall, la graduación. Es un año magnífico, como también lo fue el año en que una persona anónima te regaló tu violín, un Nicoolo Amati de 1660…
Es el hándicap de todos los solistas. Los buenos violines no están al alcance de la economía media de una familia normal, son muy caros y hay muy pocos. Sin este violín no habría podido tocar en el Carnegie Hall. Son obras de arte que suenan. Cuando lo tuve por primera vez en mis manos y lo hice sonar pensé: ‘Lo que toco ahora es el verdadero sonido de un violín’.
Sonido y sentimiento. Cuando tocas parece que no haya esfuerzo, todo fluye.
Hay que crear un canal emocional con el público.
‘Éste es un aspecto fundamental’, comenta el padre. ‘Algo que le ha enseñado Nestor Eidler, a quien conocí cuando Paco tenía 8 años, y quien ha sido uno de sus grandes maestros. Nestor ha trabajado con Paco, además de la parte musical y técnica del violín, la capacidad de control mental desde el punto de vista del control de la energía. Como conseguir, antes de empezar a tocar, conectar con el público a nivel emocional, crear ese canal’.
¿Cómo se consigue llegar a ese estado?
Eso mismo le pregunté yo a Nestor y él me dijo: ‘He necesitado cuarenta y tantos años y sigo todavía sin saberlo. Así que seguiremos buscando la respuesta’. (Se ríe). En ocasiones, cuando empiezo a tocar me dice: ‘No has conectado Paco. Para y empieza otra vez. Si no hay conexión no sirve de nada lo que estás haciendo’.
‘Y en ese momento Nestor y yo sentimos una descarga de energía, una conexión emocional difícil de explicar’, me dice Paco padre.
Los maestros, que importantes son.
Muchísimo. He tenido la suerte de formarme con los mejores. No me puedo olvidar de Yuri Petrossian, Zakhar Bron, Yuri Volguin, Igor Ozim, Jean Jacques Kantorow, Victor Pikaizen, Alexander Markov, Sergei Kravchenko, Pavel Vernikov, Igor Frolov, Aras Bogdanian, Luis R. Gallardo, Klaus Peters , Matis Fischer, Alexander Trostiansky, David Russell, Sally Thomas, Joel Smirnoff, Sergei Teslia, Sergei Fatkouline, Gonçal Comellas, etc. Y, por supuesto, mi padre, maestro de los maestros para mí.
Damos un paseo por los alrededores, charlamos sobre su futuro, de sus aspiraciones y mientras me cuenta que le gustaría hacer la carrera de Derecho se une a nosotros Sara, cordobesa como Paco, y que es el alma, a la par que directora, de este maravilloso hotel. ‘Me gustaría ser el número uno – nos dice Paco- y voy a trabajar, a echarle todas las horas que sean necesarias para conseguirlo’.