Reconocido por muchos como el mejor diseñador del siglo XX y galardonado por el Ars Director Club de Nueva York, Alberto Corazón es el único diseñador europeo que ha recibido la medalla de oro del American Institute of Graphics Arts. Nos adentramos en el estudio de creación de este visionario. Este es el corazón de Alberto.
Por JULIA HIGUERAS Fotografía ÁLEX DEL RÍO
Se fue a comprar una cajetilla de tabaco, pero regresó a su casa. ¿En estos momentos dónde se puede estar mejor? Nos chocamos, literalmente, con Alberto Corazón en el umbral de la puerta. Detrás se esconde todo su arte repartido entre el estudio (añejo a la casa) y los diferentes porches que la integran, y donde su obra se está dando un atracón de luz: ‘Salgo del estudio- se justifica- porque necesito que me abrace el sol. Es un lujo que quiero permitirme…’. Los Montes del Pardo, cervatillos y jabalíes, limitan al norte con un jardín trasero regado de esculturas. Hoy hace un día para enmarcar, día que él aprovecha, cómo no, pintando al sol.
Mañana es su cumpleaños… ¡Anda! (dice extrañado) ¡Qué faena, cómo sois los periodistas!, (risa contagiosa). Lo que pasa con los cumpleaños es que no los celebro nunca porque siempre tengo la sensación de haber desaprovechado el tiempo, de que tendría que haber hecho muchísimas más cosas.
Y ¿qué más piensa que podría haber hecho? ¿Le parece insuficiente? Sí, claro, querría haber hecho más cosas. Ya tengo setenta años y me queda muy poco tiempo. La percepción de la vida y también del tiempo va cambiando con los años y ahora esa percepción es clarísima porque el taxímetro está en marcha.
Esa conciencia del paso del tiempo, de que el taxímetro ya no le concede ni un respiro ni tan siquiera una bajada de bandera ¿cómo influye en su trabajo? Pues en la necesidad de limpiar todo, de quitar la hojarasca y quedarme con lo esencial en todos los ámbitos de mi vida aunque estoy teniendo algunos problemas sociales porque, efectivamente, soy muy intolerante con la estupidez y noto cómo, desgraciadamente, ésta avanza de forma inexorable. El malvado tiene unos fines, busca su propio beneficio pero el estúpido es aquel que hace daño sin obtener ningún beneficio, es imprevisible y, por tanto, es el enemigo a batir.
Vivimos en la edad de la mediocridad. Estamos en un momento en el que la mediocridad nunca ha sido tan brillante, está en su pleno apogeo y además tiene una enorme aceptación social y ésta está afectando a todos los campos. Por ejemplo, en la vida política el comportamiento estúpido es cada vez más relevante, eso hace que te preguntes ¿pero cómo es posible? Un ejemplo es la corrupción ¿cómo es posible que hayan hecho esas cosas? ¿Que hayan dejado esas pistas? ¿Cómo es posible que en aquellos lugares con mayor corrupción hayan mejorado sus resultados los corruptos? Ahí está el problema y es que se genera un consenso social de aceptación de la mediocridad como ideal.
Y no solo en la política, a la que llega el último de la clase; también en el ámbito de la música. Ya no quedan artistas como el pianista Alexis Weisenberg ( que ha muerto hace dos semanas), un músico y un hombre de la vieja escuela, que mientras daba un concierto si se le olvidaban fragmentos de la partitura de la sinfonía que interpretaba y en la que se repetían los movimientos, era tan listo que volvía a cometer el mismo error en la repetición de la segunda parte para que nadie se diera cuenta. Eso es cultura, eso es estar vivo, interpretar el momento.
¿Qué hemos hecho mal? ¿Tenemos cintura para poder rectificar? La gran brecha abierta en nuestro país es la enseñanza. La pérdida de la calidad en la enseñanza es espectacular. Tengo cinco hijos, el mayor de 44 años y el pequeño de 23 así que he ido viendo en mis hijos la evolución del sistema educativo y ha sido una degradación absoluta. Yo creo mucho en la cultura, pienso que es el modo de ser mejor ser humano. Cuando veo las revistas que llenan los quioscos con diversos artículos de opinión sobre un mismo tema me asalta el sentimiento de desconcierto porque aún no se ha generado una verdadera cultura de intercambio, de comunicación, de escuchar al otro… y así debería ser en vez de tener opiniones tan firmes de todo. El hecho de que esto no genere una alarma social es lo que me deja estupefacto. Por eso creo que vuestra revista es un buen piloto para la situación que se está viviendo en estos momentos.
¿Y por qué no salimos a la calle? ¿Qué es lo que nos pasa? Eso me pregunto yo… El 15M me parece un movimiento interesantísimo y todas las críticas contra él vienen de ahí precisamente, de su fuerza. El motivo es que no es un movimiento que quiera organizarse políticamente sino que sus objetivos son tomar conciencia de lo que está pasando y protestar. La respuesta es un descrédito absoluto de la política, del mundo empresarial y financiero. Un escepticismo que, cuando te descuides, desemboca en fundamentalismos como los que hay en África y Asia que ahora empiezan a crecer. Lo que está pasando ahora mismo nos empuja hacia una dictadura pero que no es la misma dictadura que conocíamos hasta ahora, sino de otro tipo… Es la victoria del escepticismo.
Pero habla del 15M y quizá este movimiento se esté diluyendo… No, son gente muy consciente que se da cuenta de todo lo que está ocurriendo. El movimiento 15M ha sido sorprendente por cómo surgió y se desarrolló. Se trata de una gran esperanza y luz para el futuro. Lo que pasa es que tenemos que encontrar el modo para articular todo esto correctamente. El problema es que la gente está descolocada, no sabe por dónde tirar, quizá es por eso que la gente no sale a la calle. Si cada uno de nosotros supiésemos por qué salir a la calle, lo haríamos, el problema es ese: que no lo sabemos. Y a esto se une también el sentimiento de confusión provocado por la debacle financiera y económica que lo está contaminando todo y que genera miedo. Y el miedo es un sentimiento destructor y alarmista que no conduce a nada, con lo cual la opción es no moverse. Por eso, el único impulso con el que vivo es el de la creación y ahí es donde siento que hay un ecosistema en el que es importante replantearse algunas cuestiones. Soy tan creador tanto cuando estoy creando como cuando estoy disfrutando de la creación de otro. No hay un público o unos creadores, sino un ecosistema en el cual somos todos agentes y es importantísimo tratar de recuperar esa identidad común.
¿Cree que el papel va a desaparecer, que morirá? No, la experiencia es que nada desaparece, todo convive con todo. La información a tiempo real hace que los periódicos dejen de tener sentido, las publicaciones diarias se vuelven obsoletas en el mismo momento en que salen a la calle. Fijémonos en el concepto de enciclopedia que hoy mismo ya es una antigualla.
¿Internet se llevará por delante el hábito de leer y el de consumir? No, en todo siempre hay una parte positiva: nunca se ha leído tanto como se lee ahora. Los jóvenes, que están siempre pegados al ordenador, leen una barbaridad. Puede que lo que lean sea poco relevante o de baja calidad pero el hecho lector, la mecánica, existe. Y es cierto que se está creando también un gran cambio en la cultura de consumo. En la generación de los jóvenes se aprecia ya un incipiente consumo responsable. Unos amigos de mi hijo estuvieron tres semanas por Europa con 300 euros cada uno. Cuando empiezan a contarte ves que es una cultura de consumo cero, van a lugares de acogida de estudiantes, se enteran de los mercados en los que hay excedentes y van allí a comer… Mis hijos, por ejemplo, me echan la bronca por cosas que creen que estoy despilfarrando. Esto te obliga a ser optimista y a tener esperanza en las nuevas generaciones y de que éstas no vuelvan a cometer los mismos errores que cometimos nosotros. Les toca una época difícil pero cuentan con las herramientas para superarlo y conseguir que la sociedad evolucione a mejor.
Usted es un poco visionario, siempre ha ido por delante en su época… En el fondo eso a la larga ha sido una satisfacción personal. Aunque no sé hacer las cosas de otro modo, pero sí es cierto que me ha perjudicado porque he estado siempre por delante (en el diseño y la pintura) y en la edición igual. Cuando nadie editaba textos de semiología o semiótica, yo lo hacía. Siempre toca hacer un número cero…
¿Es otro buscador…? Sí ,y me van a echar a patadas porque cuando todos se ponen modernos yo creo que hay que volver a lo clásico, a lo original, al óleo, al pincel… pero es así. Llegamos a un momento en el que la creación plástica tiene la oportunidad de no estar contaminada por nada, de ser autónoma. Actualmente la investigación del cerebro o neurológica está avanzando estrepitosamente y me tiene apasionado porque pronto sabremos qué zonas tan profundas están siendo afectadas por el proceso de creación y su contemplación . La conexión mano-cerebro como una conexión casi cibernética.
Se ha dedicado a la pintura, a la escultura, al diseño y ha sido editor ¿Cómo se puede dar todo esto dentro de una misma persona? Un dato importante es que nuestra generación aprendió a ver el arte en malas reproducciones hechas en blanco y negro; las tecnologías de la época no ofrecían las mismas posibilidades que hoy en día. Para cuando pude viajar y ver un Van Gogh por primera vez ya era más mayor, hay que tener en cuenta que en esa época apenas se viajaba y menos aquí, en nuestro país. Durante la década de los 80 estuve fuera de España, en distintos países y con unas prácticas que poco tienen que ver con los tópicos de la pintura tradicional. Hay un momento en esa época, aunque ya sé que está mal decirlo -pero con mis 70 años voy a permitírmelo- en que era un artista muy importante en Europa, aunque en nuestro país, por aquel entonces, nunca nos enterábamos de nada.
Hemos estado viviendo la época de las grandes magnitudes y ahora tenemos que volver a recuperar la idea de que cada cosa tiene su propia magnitud. En los 70 había un eslógan que a mi siempre me ha gustado mucho y que ahora insisto en que deberíamos recuperarlo. Es el que dice small is beautiful (lo pequeño es hermoso). En este concepto es en el que trabajo ahora. Mi reflexión actual es que ya no necesitamos lo sublime, lo que necesitamos es el ejercicio de lo pictórico y en este sentido me interesa mucho recurrir al menor de los géneros y al menos apreciado: el bodegón, que es el último en la jerarquía. Otro aspecto que me interesa es esa falta de aura, la necesidad de no ser sublime, de no estar simbolizando nada y de poder ser sencillamente pintor. Manejarte con el color por pura sensualidad, con el dibujo, el trazo…
El concepto es la vuelta a lo pequeño, lo lento, lo original. Un ejemplo es la obra del cocinero Ferrán Adriá. Hemos dejado de alimentarnos como tal, porque esa necesidad biológica ya está cubierta, para pasar a comer, a disfrutar de los alimentos. Ahora el hecho de sentarse a la mesa es compartir, es conversación, es atmósfera y ese es el aura del bodegón. Hoy en día la imagen de la desdicha es una persona comiendo sola.
¿Dibujar le conecta? El bodegón me sirve un poco como playa de descanso y al mismo tiempo me permite dar salida a esas manías mías. Me permite explorar los límites de la pintura y el dibujo, integrar los dos elementos y, en muchos casos, seguir estrategias; dibujar como si estuviera pintando y pintar como si estuviera dibujando…
Como artista, denos su opinión sobre los derechos de autor. El derecho de autor es una conquista y además es un derecho irrenunciable. Es lo único que garantiza el futuro de la creación, no solo en el sentido material sino también en el espiritual, es decir, la aceptación de que la obra sigue con el autor es la aceptación del verdadero papel del creador. El derecho de autor es un apartado que cada vez adquiere mayor importancia y que debería estar reconocido dentro de los Derechos Humanos. La sensación que tengo después de haber luchado tantos años por este derecho es que, en esta sociedad actual llena de grupos mediáticos cada vez más ávidos y monopolistas, la obra de la creación es imprescindible aunque el creador se convierte en una molestia insufrible y es ahí donde surge el conflicto. •
Entrevista publicada en el número 9 de ‘Anoche Tuve un Sueño’