A pie de calle nos cuenta lo que pasa en nuestro día a día.
Artículos de personas que están en nuestro entorno, cosas de las que a veces no somos conscientes pero que están pasando.
Una visión más optimista de nuestro alrededor.
Afganistán ha sido durante mucho tiempo un país sumido en rivalidades tribales,
guerras coloniales y conflictos geopolíticos.
Los afganos siempre han llamado a sus montañas ‘la tierra de la rebelión’, una tierra que no ha sido ocupada con éxito desde los tiempos de Alejandro Magno.
Aunque los invasores fracasaran, un paseo por los bazares de Kabul da testimonio
de su legado.
Así lo inmortaliza Steve McCurry.
Por ARANTZA DE CASTRO
Las fisuras de la sociedad afgana son profundas: el cisma entre sunitas y chiítas, la violencia entre clanes y tribus y las luchas y rivalidades de sangre dentro de los diferentes linajes son algunas de ellas.
Sin embargo, en medio del caos y los conflictos arraigados nacen estas imágenes de una belleza sobrecogedora, la retrospectiva definitiva del trabajo de Steve McCurry, que presentan un pueblo herido y orgulloso.
‘SON GENTE ORGULLOSA, QUE MIRA DE FRENTE, TANTO DESDE EL DESDÉN COMO DESDE LA CURIOSIDAD’
Marcado por profundas divisiones tribales, étnicas y religiosas, Khurasan -como los afganos han llamado a su tierra durante los dos últimos milenios- solo ha tenido unas pocas horas de unidad política.
Sin embargo, en medio del caos y los conflictos arraigados, nacen estas instantáneas.
En concreto, 140 impactantes imágenes fruto de sus viajes a lo largo de casi 40 años en los que ha vivido expuesto a los peligros que son parte inevitable de la vida de aquellos fotógrafos que siempre están en movimiento y explorando el mundo.
En ellas presenta un país aparentemente asolado, pero a la vez hermoso y de una humanidad inusitada y cautivadora.
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Son gente orgullosa, que mira de frente, tanto desde el desdén como desde la curiosidad:
estos son los rostros desafiantes, de hombres y mujeres, de las magníficas fotografías de Steve’, explica William Dalrymple, escritor, historiador e historiador del arte responsable de los textos que acompañan a esta retrospectiva editada por Taschen.
Desde el desierto de Kandahar hasta las calles de Kabul y los remotos ríos de Nuristán, el objetivo del fotógrafo de Magnum ha documentado la vida de sus habitantes.
Su impactante retrato de 1984, ‘Niña afgana’, ha ocupado portadas de revistas de todo el mundo. Digna y elegante a partes iguales, su presencia sigue fascinando.
McCurry a menudo se ha aventurado en territorio hostil.
Por lo general, asumiendo un enorme riesgo.
En su primer viaje a Afganistán, en 1979, se vistió con ropas afganas para cruzar ilegalmente la frontera con Pakistán.
El fotógrafo haría muchas veces ese viaje a una tierra traicionera e impredecible con la presencia consecutiva o simultánea de muyahidines, rusos o talibanes.
Muchos otros han seguido sus pasos, pero ninguno ha vuelto con un trabajo tan impecable.
Y es que, al igual que sucede en gran parte del trabajo de McCurry, la imagen tiene una calidad intemporal y pictórica totalmente ajena al telón de fondo de la tormentosa región en la que fue tomada. •
Londres puede ser muy competitivo, absurdamente caro, a veces cruel, y, en muchas ocasiones, solitario
Fernando López del Prado García. Londres
Recalar en una ciudad como Londres brinda la gran oportunidad de respirar y sentir en una de las urbes más interesantes de nuestro tiempo.
Un lugar donde comparten espacio, que no necesariamente interactuación, cientos de idiomas,
tradiciones, credos, olores y colores de piel.
Un referente mundial en cuanto a la creación de tendencias artísticas y de pensamiento.
Una parada obligatoria para una profusión de operaciones financieras y de negocios de todo tipo.
Es una ciudad con vocación de capital internacional y se nota, ya sea desde una de las cabinas del London Eye, desde el piso 74 del recién estrenado The Shard – que se ha convertido en un nuevo hito
arquitectónico para la ciudad – o atravesando el Millennium Bridge con la Catedral de San Pablo
de frente y la Tate Modern a la espalda.
La ciudad se sabe una de las mejores, una de las más atractivas, de las más codiciadas, pero no estoy
muy seguro de que logre disfrutarlo. Londres vive en constante comparación con otros centros mundiales, consagrados o emergentes.
Vive con la eterna angustia de haber sido capital de un imperio, de haberse sabido el centro de todas las miradas y ahora de tener la necesidad imperiosa de destacar en todo lo que hace ante el temor de perder el cetro para siempre.
Londres no es como Hollywood, donde todos los sueños se hacen realidad, pero sí es cierto que es una ciudad muy dinámica y ofrece oportunidades que otros lugares del mundo, hoy por hoy, no están en disposición de ofrecer.
Pero que confluyan tantos y tan decisivos factores en una sola ciudad también la convierten en un lugar muy competitivo, absurdamente caro, a veces cruel y, en muchas ocasiones, solitario.
Medio escondidas en toda esta maraña de relaciones complejas y altamente competitivas, Londres también pone a nuestra disposición grandes lecciones vitales.
Todas las luces y destellos, tantos edificios deslumbrantes, todo el refinamiento de sus eventos internacionales pueden paradójicamente suponer una oportunidad inmejorable para reconectar
con nuestra parte más honesta, con nuestra más profunda esencia.
Es una gran ocasión para descubrir lo que uno cree necesitar y lo que realmente necesita.
La presencia de la moda por la calle pudiera llevar a querer participar de ese estilo.
Entrever desde la acera los salones de restaurantes de fama mundial podría llevar a preguntarse cómo se sentiría uno ante tal despliegue de agasajos culinarios.
Conseguir la mejor butaca para una de las magníficas producciones de la Royal Opera House sin duda sería una experiencia a recordar.
Pero tanto brillo, tanto glamour, tanta tentación tan cerca y solo al alcance de unos pocos puede producir mucho sufrimiento y una sensación de fracaso completamente artificial.
No creo que sea falta de ambición ni conformismo.
No es la irremediable aceptación de nuestro sino vulgar en la tierra.
Es una gran oportunidad para ser sincero, para recuperar parte de la humanidad perdida en el asfalto, para llevar una vida más feliz y serena y admitir que las personas somos mucho más sencillas de lo que estamos dispuestos demostrar. •
Todo comenzó con un viaje a Etiopía. El actor australiano Hugh Jackman volvió con una misión: usar su voz como herramienta para apoyar a las comunidades africanas.
Fundó este proyecto junto a David y Barry Steingard con el objetivo de que emprendedores de todo el mundo desarrollen sus ideas, ayudando a su vez a la sociedad. ¿Su lema? ‘ALL BE HAPPY’.
Por Aránzazu Vázquez
Fotografía Laughing Man
“No es nuestra historia lo que queremos contar.
Lo que pretendemos mostrar es cómo tú y yo hicimos el esfuerzo necesario para dar a las personas una oportunidad de libertad, dignidad, sustento y, por supuesto, de reírse’.
Así comienza David Steingard, CEO de la organización, a describir el proyecto.
Una idea que nació hace ya unos años de la mano de él mismo, de Barry Steingard y del conocido actor australiano Hugh Jackman.
“Necesitamos transformar la forma en la que funciona el capitalismo.”
Alrededor de todo el mundo Laughing Man da el apoyo necesario a aquellos emprendedores que quieran crear y desarrollar sus ideas, a cambio de que ellos devuelvan ese favor a la humanidad.
De esta forma, Laughing Man recibe una parte pactada de los beneficios del negocio creado.
El cien por cien de los ingresos que consigue la organización van dest-nados a educación, desarrollo comunitario y al impulso de nuevas empresas o proyectos.
‘No creo que importe si eres una celebridad o no. Todos queremos colaborar de la manera más eficaz y práctica en el trabajo, en la comunidad o en casa’, explica el actor.
Jackman revela que, tras un viaje a Etiopía, volvió con la promesa de usar su voz en nombre de las comunidades más necesitadas ya que esa es la herramienta ‘más poderosa’ que tiene.
‘Después de hablar con Naciones Unidas me di cuenta de que era hora de pasar a la acción.
No sirve solo discutir sobre ello o consumir café de Comercio Justo, hay que entrar en el mercado para provocar el cambio desde dentro’, afirma Jackman.
De esta forma, Laughing Man pone de relieve aquellas historias de emprendedores dispuestos a ayudar a los demás, compartiendo su éxito con espíritu e ingenio. (más…)
Los adultos se conforman con pasear bajo la lluvia con las manos extendidas
Ana Torres. Nueva Delhi
Principios de junio en el estado de Gujarat, al oeste de la India.
Una inusual brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas y avisa de lo que llega poco después:
Una gran tormenta, la primera desde hace meses, la que marca el inicio del monzón y el final del verano.
Muchos se asoman a los balcones y miran cómo la calle se llena de niños que saltan de charco en charco.
También salen algunos adultos, pero no pueden imitarlos y se conforman con pasear bajo la lluvia con las palmas de las manos extendidas, la camisa mojada pegada al cuerpo y el pelo negro empapado.
No cumplen con ningún rito, sólo es alivio espontáneo.
El verano indio pone los termómetros a más de cuarenta y tres grados durante semanas y la gente está ansiosa por recibir el bálsamo del agua fresca.
Mientras tanto, cuatro ríos enfermos fluyen por la región.
El Sabarmati, el Vishwamitri, el Tapi y el Aji.
Podrían ser un pulmón para las congestionadas ciudades por las que discurren, pero son un gran vertedero donde particulares, empresas y organismos oficiales abocan sus deshechos.
Un combinado venenoso que excede por mucho cualquier baremo medioambiental.
A su paso por Ahmedabad, el Sabarmati es incapaz de albergar vida acuática porque su valor de oxígeno disuelto en el agua es cero.
En la ciudad de Vadodara, una colonia de cocodrilos todoterreno se ha adaptado a la toxicidad del Vishwamitri y ha conseguido reproducirse en una corriente muerta.
El secreto: su supervivencia no depende del oxígeno del río.
Al tiempo que caen las primeras gotas del monzón, quizá algunas mujeres piensen que mañana no tendrán que apresurarse para buscar agua.
Varias zonas rurales han sufrido una fuerte sequía este verano.
Sus habitantes más pobres han recorrido kilómetros al sol hasta llegar a los pozos comunes.
El precio por litro se ha disparado, el ganado ha sobrevivido a duras penas y el fondo de las vasijas se ha apurado hasta quedar seco.
‘Vengo directamente a la cola del agua después del colegio porque si no me uno a mi madre y a mi hermana mayor no tenemos suficiente para nuestra familia de ocho miembros’.
Explicaba una estudiante al diario The Times of India.
Es posible que algunos solteros también sonrían con las primeras gotas de lluvia y piensen que la tormenta quizá les traiga una novia.
La escasez de agua en sus pueblos les ha hecho perder a sus prometidas porque algunos futuros suegros, preocupados por sus hijas, han cancelado bodas ya aprobadas para ahorrarles el peregrinaje diario con el cántaro sobre la cabeza.
Mientras llueve, a lo mejor un concejal escarmentado también piensa en la importancia de abrir un grifo.
Unos días antes del primer monzón, cuando se daba un baño en la piscina para aliviarse de los cuarenta y muchos grados, una multitud muy enfadada le fue a buscar hasta el bordillo para reclamarle agua corriente.
Hacía cuatro meses que estos vecinos pedían al gobierno municipal que arreglase sus problemas con el suministro pero nadie recogía las quejas.
Así que sacaron al concejal del agua, lo vistieron y le obligaron a atender el caso de inmediato.
‘No tenía conocimiento de este problema’.
Dice la prensa que declaró tras el chapuzón frustrado.
Quizá confiaba en que el nuevo monzón fuera a suavizar los sofocos del verano. •
‘Mis padres son causantes de mi plenitud vital ¿por qué entonces no soy capaz de decirles que les quiero a pesar de sentirlo?’
DAVID PINO GOZALO elsaltodiario.com
Leía hace unos días en Instagram un post de una influencer despidiéndose de su padre fallecido, escribiéndole las cosas que no había podido decirle en vida.
Me impactó la posibilidad de verme teniendo que recurrir a una solución tan manida y, obviamente, tardía, para desahogar ese torrente de sentimientos hacia las personas tan importantes en nuestras vidas que a los hombres de mi edad tanto nos suele costar mostrar.
No recuerdo la última vez que les dije a mis padres que los quería. Dicho así suena realmente duro, y no es precisamente porque no sienta ese amor hacia mis padres, que lo siento y mucho.
Ni de que no se transmita sin necesidad de verbalizarlo.
Es algo derivado de la masculinidad que nos ha tocado vivir, en la que las estas demostraciones de afecto entre personas adultas mas allá de la pareja son, cuanto menos, incómodas.
Ni siquiera me imagino preguntándoles a mis amigos si ellos dicen que les quieren a sus padres.
O incluso diciéndoselo a ellos más allá de un estado cómico-etílico post adolescente.
Es como un gran elefante en la habitación que todo el mundo prefiere ignorar en pos del status quo
al que nos hemos habituado.
No negamos los sentimientos, simplemente los damos por sentados y pasamos a otra cosa. Es nuestro ‘no se habla de Bruno’ particular.
A mí me cuesta imaginarme una vida sin mis padres.
El tiempo pasa para todos, está claro, pero a mis cuarenta y cuatro años, totalmente independiente y con mi propia familia formada, el hogar familiar me sigue evocando una grata sensación de seguridad.
De que pase lo que pase siempre me quedaran ellos. Una vuelta a la juventud que huía de las responsabilidades adultas amparándose en ese colchón llamado familia que estaba para amortiguar cualquier posible patinazo. Con esa edad es algo que das por hecho.
Sin embargo, con el tiempo conoces la realidad de otras personas, y es cuando realmente te das cuenta de la suerte que has tenido con esa familia imperfectamente perfecta.
Y de empatizar con aquellas personas que no han tenido la misma suerte. He sido un privilegiado y
lo sé.
Y quizás ahora me baste y me sobre para lidiar con mis errores adultos, pero aún me resulta reconfortante regocijarme en la idea de que están.
Y no es algo a lo que quiera renunciar de ninguna manera. Ojalá yo consiga que mis hijos tengan esa misma sensación, porque entonces sé que lo habré hecho bien.
Deconstruirse también es reconocerse en esto. Quizás por eso no quiero esperar a que no estén para volcar esto en un post de la red social que esté de moda en ese momento.
Quiero que tengan la posibilidad de leerlo y de saber que han sido y siguen siendo unos grandes padres, que supieron transmitir los suficientes valores a sus hijos como para que ahora yo rompa ese extraño tabú social con estas líneas.
Espero estar a la altura criando a vuestros nietos.
Desde luego he aprendido de mis errores y me aseguro de decirles que les quiero todos los días.
Os quiero. •
Ninguna mala noticia ni ningún mal talante pudieron con los parisienses.
• ROXANE CRAMER. PARÍS
Desde la ciudad de la luz, aunque llueva, todo se ve con una relativa claridad.
En la Nuit Blanche (noche blanca) –invento parisiense, por cierto- se vieron familias enteras, grupos de amigos y mucho turista que se unió a esta celebración cultural, inundándola este año con mucha algarabía y buen humor.
Que ya tiene su mérito porque con la que está cayendo en Europa, y como no, en el resto de un mundo globalizado en el que se acaba contagiando todo por simpatía, bueno, todo, todo, no…
Eso ya les habría gustado a unos cuantos millones de personas (van a más) que viven y han vivido siempre bajo el umbral de la pobreza, y que en una de las pocas épocas de bonanza – parecía que se iba a regar el mundo con dinero-, nadie ha compartido con ellos su riqueza.
Vamos, que no solo no se han hecho ricos sino que, gracias a ese excelente momento económico que vivimos durante aquellos inolvidable años y a esa globalización tan manoseada y democrática, ahora son incluso hasta más pobres, si eso es posible.
Pero volvamos a la noche blanca y a París, donde ninguna mala noticia ni ningún mal talante pudieron con esa riada parisiense que se desplazaba por la ciudad bajo el paraguas de la ilusión y la cultura, y se perdía en el horizonte como diciendo: aquí estamos, no van a poder con nosotros.
Para una alemana emigrada a Francia esa visión me transportó al pasado y trajo a la memoria una historia que solía contarme mi abuela cuando yo era todavía una niña y le preguntaba por su infancia:
‘Con 11 años pasé de vivir muy bien, de estudiar en los mejores colegios a ser encerrada en un gueto.
Perdí a mis padres y a dos hermanos.
Me lo quitaron todo, menos la dignidad.
Sustituyeron lo que era rutinario en mi vida (que me dieran cariño, comer un plato de comida caliente, bañarme, leer o jugar) por todo tipo de penurias y atrocidades.
Para que esto no vuelva a pasar debes contárselo a tus hijos -me insistía-, y no debes dejar que las historias que te he contado caigan en el olvido’.
Mi abuela, como habréis podido imaginar, era judía y París le dio la oportunidad de volver a ser persona.
Nació en Bedzin, una pequeña ciudad al sur de Polonia que fue invadida por los nazis en 1939.
Toda su familia, incluida ella, fueron deportados al campo de exterminio de Auschwitz.
De eso hace ahora 73 años.
Edna, que era así como se llamaba, se sobrepuso a todo tipo de barbaridades y superó las muertes de sus padres y hermanos en la cámara de gas gracias a que parecía que todos los implicados en la Segunda Guerra Mundial (en ella murieron casi 70 millones de personas) habían aprendido la lección y dado con la fórmula con la que cicatrizar uno de los más vergonzosos episodios de la historia de la humanidad.
Es así como nació una Europa unida, pacífica y próspera por la que lucharon Adenauer, Gasperi, Churchill, Schuman o Spinelli.
Ahora, 50 peldaños más abajo tenemos a Merkel empeñada en olvidar un pasado que no da votos y pensando solo en ganar las elecciones (aunque falte un año).
La estabilidad europea (503.492.041 millones de habitantes) no entra, de momento, en sus planes.
Prefiere demonizar a los países del sur por gastadores (de productos alemanes), por poco ahorradores, por diferentes, empujándolos desde la austeridad a la necesidad que acabará por destruir sus democracias y las nuestras, porque no hay que olvidar que el hambre acabará por comerse la estabilidad social europea.
Y vuelta a empezar.
Pero como decía mi abuela:
‘Siempre habrá un paraguas francés donde resguardarnos cuando llueva’.
El éxito de unos pocos y el fracaso de muchos solo puede conducirnos a la destrucción de nuestra especie’
FRANCISCO JAVIER LÓPEZ MARTÍ elsaltodiario.com
Hace 50 años el mundo cambiaba a un ritmo acorde con la especie humana, mientras que ahora un adolescente puede considerar viejo a un joven de 20 años que ha perdido el tren de la última red social, o que no sabe utilizar la última terminología de moda.
Hay quienes se dedican a predecir los empleos que tendremos dentro de unos años, o unas décadas, pero lo cierto, aunque no queramos verlo, es que basta permanecer atentos a los movimientos del planeta para darnos cuenta de que nadie sabe de verdad hacia dónde se encamina nuestro destino.
Tan pronto alguien nos miente que las máquinas lo harán todo y nosotros no tendremos otra cosa que hacer que esperar a que alguna de ellas atienda nuestros más increíbles deseos, o nos reclame para ser reparada, como otro nos profetiza un futuro como especie en el planeta Marte, eso sí, terraformado.
Nadie repara en que eso significa aceptar la autodestrucción, la muerte de la Tierra, para que unos pocos puedan escapar en cohetes hacia un dudoso futuro, en otro planeta.
Un planeta marciano que, por más que lo intentemos, nunca podremos convertir en una Tierra
medianamente aceptable.
Si hoy tuviera que dirigirme a algunos jóvenes para responder a su inquietud sobre los empleos futuros que les esperan y la formación necesaria para ellos, no tendría más remedio que aconsejarles que, hoy como ayer, se preparen para aprender durante toda la vida y que se conviertan en flexibles para afrontar los cambios acelerados que se producen y se seguirán produciendo, sin que nadie sepa
muy bien hacia dónde.
Y tendría que decirles también que no piensen qué profesión les puede ofrecer más dinero y más poder, sino qué cosas les gustaría hacer en el futuro, porque les apetece hacerlas ya.
Nadie será medianamente feliz haciendo cosas que no le gustan. Porque además, si en algo coinciden los expertos, los profetas y los tertulianos, es en que el mundo al que vamos es difícilmente predecible y nada previsible.
Y, por último, podría intentar compartir con ellas, con ellos, que no hay más remedio que cambiar la lógica de la competencia salvaje que nos han hecho aceptar, para aprender a cooperar, trabajar en equipo, porque el éxito de unos pocos y el fracaso de muchos solo puede conducirnos a la destrucción de nuestra especie.
No la destrucción del mundo, cuidado, que el mundo seguirá aquí cuando nosotros ya hayamos desaparecido. •
Los grandes cambios no requieren de toda la humanidad.
Basta con que haya una parte que tenga la convicción testaruda’
MARÍA GONZÁLEZ REYES elsaltodiario.com
Escuché la anécdota en el marco de una investigación sobre cómo nos percibimos los humanos en relación a la naturaleza.
‘Píntate’, le habían dicho a una niña de cinco años que vive en una ciudad, de piel clara, con habitación propia.
Y se dibujó en el centro de la hoja. Dos ojos, boca, cuerpo que sale del cuello hacia abajo. Dos brazos,
dos piernas.
Se le olvidó la nariz.
‘Píntate’, le dijeron a otra niña de cinco años.
Indígena, en contacto permanente con el entorno natural en el que vive, que sabe sembrar y recolectar.
Y dibujó varias caras distribuidas por el papel.
Caras rodeadas de árboles verdes. Una lombriz. Un pájaro. Un río.
La niña de ciudad dijo: yo soy esta.
La niña indígena dijo: yo estoy ahí dibujada entre todo lo demás.
La anécdota vale para ilustrar que una parte de nuestra especie se concibe como un ser individual, desconectado del resto de seres vivos, colocado en el centro de la hoja.
Situado, en realidad, en el centro de todo.
Y que otra parte se percibe como una pieza de algo que no termina ni empieza en su cuerpo.
Se dibuja desde el somos, junto a otros humanos y a otras especies formando parte de una trama.
Como si la vida solo se pudiese explicar entendiendo las interrelaciones.
Quizás por eso no es extraño que unas personas sufran con el árbol talado, con la especie extinguida, con la tierra revuelta para sacar lo que tiene debajo y, otras, talen, exterminen especies y rompan las entrañas del planeta sin sentir nada.
‘A mí me calma pensar que la vida va a continuar’, dijo una alumna de secundaria en un taller en el que participábamos ambas, ‘a pesar de la destrucción que estamos generando parte de nuestra especie, quizás sin nosotras, seguro que con muchas especies menos, pero va a seguir existiendo vida’.
A mí también me produce calma saber que la vida sigue a pesar del capitalismo.
Lo que no quita que piense que tenemos que asumir nuestra responsabilidad como parte de una especie que está poniendo a muchas otras a caminar por el filo del abismo.
Me calma pensar que la vida siempre puede más y que no podremos arrasarlo todo.
Me calma, también, saber que los grandes cambios no requieren de toda la humanidad.
Que basta con que haya una parte que tenga la convicción testaruda de que podemos construir otra normalidad.
Cuando acabamos el taller, el formador (de manera arriesgada para estar dirigiéndose a alumnado de secundaria) lanzó un reto:
‘Os invito a que en los próximos días, cada vez que tengáis contacto con el agua para beber, para ducharos o para lo que sea, penséis si tenéis alguna conexión sagrada con ese agua’.
Hubo un silencio.
Nadie le pidió aclaraciones sobre qué significaba ‘conexión sagrada’.
Varias de las personas asumimos el reto.
En la siguiente sesión comentamos lo que nos había pasado. ‘Fui más consciente de su sabor’.
‘Me pareció que tenía el poder de limpiarme por dentro’.
‘Me di cuenta de lo valiosa que es y recogí las gotas que se me quedaron en el brazo’.
‘Me di cuenta como nunca antes de que sin agua no podría estar viva’. ‘Percibí su contacto con mi piel de una forma distinta’.
Quizás pensar en esa conexión sea una manera de que se nos ocurra dibujarnos
junto a algo más. •
Maua significa flores en suahili.
Representan vida, alegría y una oportunidad para quienes las producen: mujeres valientes que han sufrido alguna de las prácticas más radicales de violencia de género.
Por CLARA FUERTES Fotografía MÓNICA BATÁN ZAMORA
Esta historia nace del corazón de Mónica Batán Zamora, economista, con quince años de experiencia en el sector financiero.
Trabajaba en Kenia en un proyecto para hacer frente a la mutilación genital femenina entre la tribu masai, práctica que se le impone a siete de cada diez mujeres.
‘El corte demuestra que están preparadas para casarse, y sin él, ningún hombre accedería’, explica.
Mónica compartía mucho tiempo con mujeres que han sido cortadas, madres que han ejercido la práctica a sus hijas, e incluso con aquellas que tienen el oficio de mutiladoras y cobran por practicar este servicio.
Mujeres que son maestras artesanas en crear complementos para su día a día, joyas únicas y bellísimas.
Mujeres que en gratitud por su amistad, le regalaban a Mónica, algunas de estas piezas. En España, cuando las lucía, llamaban la atención.
Un día, Mónica estaba al volante de su coche.
Se miró al espejo retrovisor, en su cuello pendía un collar con una flor, había sido creado por estas mujeres.
Esa flor la llevó a pensar en la cara de la mujer que la había hecho.
‘Cada flor es única, especial, como cada mujer’, pensó.
Y así surgió Maua que significa flores en su lengua.
Un proyecto que nace desde el agradecimiento a las mujeres, y potencia su anhelo de ser generadoras de un futuro mejor, protagonistas de su propio cambio.
‘Es el trabajo de mujeres que quieren cambiar su destino, de mujeres implicadas con la igualdad de género y la erradicación de la violencia que se ejerce sobre ellas por el mero hecho de ser mujeres’. Expresa Mónica. (más…)
Inspiración para poetas y artistas. Soberanos del lenguaje onírico y mágico.
Los unicornios son, más allá de modas perecederas, el símbolo por excelencia de la pureza, la esencia, la honestidad y el amor.
Por MARTA ARTEAGA Fotografía © ISABEL MUÑOZ
La física cuántica sostiene que el observador modifica a lo observado, y hay quien podría decir que solo son caballos.
Sin rendirse a la evidencia de la belleza y de la existencia de la imaginación, conviviendo desde otro plano de conciencia en esta realidad.
Los unicornios son los guardianes del templo de nuestra imaginación.
Desde el imaginario del hombre y el centauro, a las cuevas de Altamira.
La relación del ser humano y el caballo, en perfecta armonía, ha estado presente desde los orígenes.
Ese es el misterio que revelan las fotografías de Isabel Muñoz, cuya obra danza la relación del ser humano en comunión con la naturaleza.
Investigando el cuerpo y el movimiento, como herramientas para comprender el origen de nuestro propio linaje.
‘Me encanta descubrir a los unicornios en esas playas hechas con tonos grises, en las que la marea se retrae y el suelo es como un espejo y, de pronto, vuelves a los orígenes. pensar en las personas que amaron en esos espacios, que vivieron y lloraron en esos espacios.
Me encanta descubrir el caballo y su sensualidad; tiene algo en su piel que dan ganas de tocarlo; y el mar y el ser humano, y esa ambigüedad que hay entre sus cuerpos’.
Expresa en sus palabras vestidas de gozo.